Fisterra

    Enfermedad por coronavirus 2019 (SARS-CoV-2)

    ¿De qué hablamos?


    Los betacoronavirus, pertenecientes a la familia Coronaviridae, como el MERS o el SARS-CoV-1, son patógenos comunes en muchas especies de animales que pueden infectar a humanos a través de la propagación. En diciembre de 2019 aparecieron infecciones respiratorias atípicas causadas por el SARS-CoV-2 en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, en China. Pronto comenzaron a extenderse por todo el mundo y el agente causante fue denominado coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo 2 (SARS-CoV-2). El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró estado de pandemia mundial (CDC, 2021; WHO, 2020).

    ¿Cómo se transmite?


    Existen tres vías principales de propagación (CDC, 2021):
    • La vía inhalatoria es la principal vía de transmisión. Se produce por la inhalación de gotitas y partículas de aerosoles que contienen virus infecciosos y se desprenden al hablar, toser, estornudar o incluso respirar. El riesgo de transmisión es mayor cuando hay menos de 2 metros de distancia entre personas, una duración mayor a 15 minutos y en ambientes interiores. El SARS-CoV-2 puede permanecer estable en aerosoles hasta 3 horas.
    • La deposición de esas mismas partículas exhaladas en las membranas mucosas expuestas.
    • Al tocar las membranas mucosas con las manos después de un contacto con fómites. La estabilidad del SARS-CoV-2 es similar a la del SARS-CoV-1 en los diferentes materiales. Es más estable en plástico y acero inoxidable, detectándose hasta 72 horas más tarde que en cobre y cartón, en los que ya no se encuentra a las 4 y a las 24 horas, respectivamente. Las condiciones ambientales influyen en el proceso de inactivación del virus, que se verá acelerado al aumentar la temperatura y la humedad relativa.
    La vía de transmisión nosocomial es importante y requiere medidas de prevención y control determinadas para evitar el contagio intrahospitalario.

    A pesar de haberse detectado restos de ARN del SARS-CoV-2 en muestras de heces, sangre, conjuntiva ocular y semen, las posibilidades de transmisión fecal-oral, sanguínea, ocular y sexual no parecen ser un factor significativo. Se ha detectado infección por SARS-CoV-2 en algunas especies de animales como los hurones, felinos, visones y hámsteres. Sin embargo, hay muy pocos casos descritos de posible transmisión de animales a humanos (CDC, 2021).

    El período de transmisión de la infección de una persona a otra se considera que comienza en la etapa presintomática, siendo el riesgo de contagio mayor en los primeros días de la enfermedad, momento en el que los niveles de ARN viral en la vía respiratoria superior son más altos, para luego ir disminuyendo. Se estima que la infectividad alcanza su punto máximo entre los 2 días anteriores y un día después al inicio de los síntomas. La transmisión a partir del séptimo al décimo día es improbable. (CDC, 2021; He X, 2020).

    ¿Qué variantes existen?


    La mayoría de los virus evolucionan y se adaptan a los nuevos huéspedes. La alternancia del genoma del SARS-CoV-2 a través de mutaciones y recombinaciones en su estructura ARN produce cambios en el ciclo viral.

    Debido a la rápida propagación, a las implicaciones clínicas y al impacto sobre la salud pública, en junio del año 2020 la OMS estableció un grupo de trabajo centrado en la evolución viral y determinaron 4 agrupaciones (WHO, 2023; CDC, 2023):
    • Variantes de preocupación (variants of concern, VOC).
    • Variantes de gran consecuencia (VOHC).
    • Variantes bajo monitoreo (VBM).
    • Variantes de interés (VOI).
    Las variantes clasificadas como variantes bajo monitoreo (VBM) incluyen aquellas que tienen un impacto potencial, pero que circulan en niveles bajos. No representan un riesgo significativo e inminente para la salud pública (CDC, 2023).

    Las variantes de interés (VOI) son aquellas que pueden generar alteraciones a cualquier nivel de la cadena, pero que no llegan a tener una gran propagación. Actualmente ninguna variante del SARS-CoV-2 está designada como variante de interés.

    Desde 2022 las variantes de Ómicron (B.1.1.529) y sus sublinajes se han convertido en las cepas predominantes a escala mundial. Las variantes que en su momento fueron variantes de preocupación no llegaron a convertirse en cepas dominantes como Alfa (B.1.1.7), Beta (B.1.351), Gamma (P.1) y Delta (B.1.617.2) (CCAES, 2023).

    Varios sublinajes de Ómicron han demostrado una ventaja de replicación, así como una evasión a la neutralización de los anticuerpos, inducida tanto por las infecciones previas como por la vacunación, respecto a la variante Delta, que fue la cepa más prevalente hasta entonces. Además, parece provocar una enfermedad de menor gravedad y mortalidad que las anteriores variantes (Wang Q, 2022).

    ¿Cómo se manifiesta clínicamente?


    El periodo de incubación habitual de la enfermedad es entre 4 y 6 días, con un máximo de 14 días. Se ha observado un periodo de incubación menor para la variante Ómicron, con un inicio de los síntomas a los 3 días (Wu Y, 2022). El SARS-CoV-2 se presenta habitualmente como una infección respiratoria aguda.

    Las manifestaciones clínicas para la infección por SASRS-CoV-2 varían desde asintomáticas, presintomáticas (aquellas que no presentan síntomas en el momento del diagnóstico pero que los desarrollan con posterioridad) y sintomáticas, con gran variabilidad entre estas últimos, desde síntomas leves a críticos y mortales.

    Se estima que un 33% de las infecciones son asintomáticas. A pesar de no presentar ningún tipo de sintomatología, los pacientes pueden presentar alteraciones clínicas objetivas en pruebas radiológicas. El riesgo de evolucionar a un estado sintomático aumenta con la edad y el rango de tiempo en el que pueden aparecer a partir de una prueba diagnóstica positiva, es de entre 2 o 3 a 7 días.

    En un estado de enfermedad leve aparecen con mayor frecuencia tos, fatiga, fiebre, mialgias y dolor de cabeza (CDC, 2021). El dolor de garganta, la rinorrea y la clínica gastrointestinal (náuseas, vómitos, diarrea) son también comunes. La anosmia y disgeusia son habituales y características de la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, no hay ningún síntoma específico que permita confirmar o descartar la enfermedad.

    Se estima una tasa de coinfección bacteriana en el momento del diagnóstico del 8% y de infecciones secundarias de un 12-20%, entre las que destacan la sobreinfección por virus, siendo el más frecuente el virus de Epstein-Barr (Kurra N, 2022).

    La progresión hacia una enfermedad grave suele ocurrir en una semana aproximadamente. Se define como enfermedad grave aquella que requiere para su control un ingreso hospitalario, un ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI), hipoxemia o la necesidad de un soporte ventilatorio (CDC, 2021).

    Los pacientes pueden evolucionar hacia un síndrome de distrés respiratorio agudo con hipoxia secundaria e incluso llegar a niveles críticos presentando insuficiencia respiratoria, shock o fallo multiorgánico (CDC, 2021). Otras complicaciones posibles son las cardiovasculares (arritmias, insuficiencia o lesión miocárdica), neurológicas (encefalopatía, mareo), tromboembólicas, inflamatorias como el síndrome de Guillain-Barré, etc.

    Se han identificado factores de riesgo que predisponen a presentar una enfermedad grave (CDC, 2022):
    • Edad: es el factor de riesgo más importante. Ningún grupo de edad está exento de contraer la enfermedad. Sin embargo, a medida que se avanza en número de años hay más riesgo de contraer la enfermedad y de que esta sea más letal, especialmente a partir de los 65 años.
    • Comorbilidades: existe también una relación bien estudiada entre las patologías subyacentes con desarrollar una enfermedad grave, así como complicaciones o incluso la muerte. Los CDC han enumerado las principales enfermedades asociadas a un peor pronóstico: cáncer, enfermedad cerebrovascular, enfermedad renal crónica, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, asma, diabetes mellitus tipos 1 y 2, hipertensión arterial, afectaciones cardiacas, hepatopatía, inmunodeficiencias, tabaquismo, obesidad y embarazo.
    • Sexo: los hombres tienen más riesgo que las mujeres.
    La tasa de letalidad tiene una gran variabilidad, dependiendo de la población estudiada, de la fecha en la que se realizó el estudio y del denominador utilizado. Va desde un 2,3% inicial a menos del 0,5% actual (Wu Z, 2020; Levin AT, 2020; Meyerowitz-Katz G, 2020).

    La tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados se sitúa alrededor del 4%. Con el curso de la pandemia las tasas de mortalidad hospitalaria han ido disminuyendo, independientemente del estado basal del paciente (Anesi GL, 2021). En entornos con escasez de recursos la mortalidad es mayor, tanto por las enfermedades subyacentes como por la falta de medios (ACCCOS, 2021).

    ¿Cómo se previene?


    Existen medidas preventivas generales de salud pública que consisten en:
    • Uso de mascarilla facial: existe una asociación clara entre su uso y la reducción de la COVID-19. Dependiendo del nivel de transmisión y la tasa de vacunación local, las indicaciones sobre el uso de la mascarilla facial pueden variar. El principal objetivo es frenar las secreciones y la posible transmisión entre personas (CDC, 2023).
    • Distanciamiento: se recomienda mantener una distancia entre personas, tanto en espacios interiores como exteriores, para disminuir el contacto cercano con una posible persona infectada. Los CDC aconsejan una separación mínima de 2 metros. Sin embargo, la OMS sugiere que 1 metro sería suficiente.
    • Lavado de manos: realizar con esmero una buena higiene de manos tras tocar superficies y con una solución que contenga al menos un 60% de alcohol reduce e inactiva al virus en la piel en 15 segundos. El SARS-CoV-2 puede permanecer hasta 9 horas en la piel si no se realiza una desinfección adecuada (Hirose R, 2021).
    • Ventilación: asegurar una buena ventilación del aire en los espacios cerrados e interiores reduce significativamente el número de partículas infecciosas y, por tanto, conlleva un menor riesgo de transmisión. Además, tiene beneficios adicionales, como la reducción de infecciones por otros virus respiratorios, alergias y síndrome del edifico enfermo (Tang JW, 2021).
    • Vacunas: la rapidez del desarrollo de las vacunas se debe en parte al descubrimiento de las que utilizan el ARN mensajero (ARNm). Este ARNm tiene instrucciones para producir una proteína de superficie que el virus SARS-CoV-2 utiliza para entrar en las células. Tras la inyección de la vacuna, algunas células leen las instrucciones del ARNm y producen temporalmente la proteína de pico. El sistema inmunitario de la persona receptora, tras reconocer esta proteína como extraña, produce anticuerpos y activa los linfocitos T, lo que la protegerá cuando entre en contacto con el virus SARS-CoV-2. La partícula de ARNm es posteriormente degradada y eliminada por enzimas. En este proceso no está involucrado ningún virus vivo ni material genético que altere el núcleo de las células.
    La única contraindicación para la administración de la vacuna es la reacción alérgica, de cualquier grado de gravedad, a la vacuna o a alguno de sus componentes (CDC, 2021).

    Teniendo en cuenta los estudios y seguimiento realizados hasta ahora, estas vacunas son muy seguras. Entre los efectos adversos conocidos destaca, por su gravedad, un aumento de las tasas de eventos tromboembólicos venosos, incluida la trombosis venosa cerebral, por el desarrollo del síndrome de trombocitopenia inmunitaria protrombótica inducida por vacuna (VIPIT), entre los receptores de Ad26.COV2.S (Janssen) y especialmente ChAdOx1-S (AstraZeneca). También se han descrito casos de miocarditis y pericarditis en varones jóvenes tras recibir vacunas de ARNm y Nuvavax (Gargano JW, 2021; FDA, 2022).

    Se habla de una posible asociación entre las vacunas de vector de adenovirus (Janssen, AstraZeneca) y el síndrome de Guillain-Barré (EMA, 2021), además de haber sido identificado en el contexto de infección por COVID-19. Sin embargo, los riesgos absolutos de estos eventos fueron pequeños y los hallazgos deben interpretarse a la luz de los efectos beneficiosos probados de la vacuna (Pottegård A, 2021). Por otro lado, con las vacunas basadas en ARNm se han declarado casos muy raros de anafilaxia, entre 2,5 y 4,7 casos por millón de personas (Shimabukuro TT, 2021).

    En la tabla 1 puede verse un resumen de la situación en el momento de la publicación de las principales vacunas occidentales (Creech CB, 2021; EMA, 2021).

    Tabla 1. Situación de las principales vacunas occidentales contra la COVID-19.
    Nombre Situación en Europa Indicación y dosis Tipo Información técnica Conservación
    Comirnaty (BioNTech y Pfizer) Autorización de comercialización
    condicional.
    6 meses a 4 años: 3 dosis.

    5 a 11 años: 2 dosis + refuerzo si hay inmunosupresión.

    >12 años: 2 dosis con intervalo entre 3-4 semanas.
    ARN mensajero. EMA Transporte a menos 75 °C.

    Vida útil de 30 días
    entre 2 y 8 ºC.
    Spikevax (COVID-19 Vaccine Moderna) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 6 meses: 2 dosis con intervalo entre 4-8 semanas + refuerzo si hay inmunosupresión. ARN mensajero. EMA Transporte a menos 20 °C.

    Vida útil de 30 días entre 2 y 8 ºC.
    Vaxzevria
    (AstraZeneca, en colaboración con la Universidad de Oxford)
    Autorización de comercialización
    condicional.
    Dos dosis con hasta 12 semanas de diferencia. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Jcovden (Janssen/Johnson & Johnson) Autorización de comercialización
    condicional.
    Una única dosis en personas ≥18 años. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Nuvaxovid (Nuvavax, NVX-CoV2373) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 12 años: 2 dosis con al menos con 8 semanas de intervalo. Proteína recombinante adyuvada. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.

    Se debe esperar al menos entre 3 y 5 meses para administrar dosis de recuerdo tras una infección reciente (CDC, 2023).

    Las vacunas son altamente efectivas, disminuyen el riesgo de infección por SARS-CoV2 y, en especial, la enfermedad moderada/grave, reduciendo el ingreso hospitalario y la morbimortalidad asociada (Thompson MG, 2021; Havers FP, 2022).

    En personas de 5 o más años la FDA y los CDC recomiendan, debido a la atenuación del efecto y a la aparición de nuevas variantes, una dosis de refuerzo con una de las vacunas bivalentes de ARNm (Comirnaty bivalent y Spikevax bivalent) al menos 2 meses después de la última dosis de la primovacunación. Las vacunas de ARNm (Comirnaty y Spikevax) monovalentes ya no están autorizadas como dosis de refuerzo (FDA, 2022).

    ¿Cómo se diagnostica?


    El proceso diagnóstico debe basarse en factores clínicos o epidemiológicos, y vincularse a una evaluación de la probabilidad de infección con protocolos adaptados a la situación local. Si el manejo del caso lo requiere, deben realizarse pruebas para detectar otros patógenos respiratorios, sin retrasar las pruebas para COVID-19, que deben realizarse siempre, aunque se encuentre otro patógeno respiratorio que pudiera justificar la sintomatología (WHO, 2020).

    Existen dos tipos de pruebas de utilidad diagnóstica: las basadas en la detección del virus (ARN o antígeno viral) y las basadas en la detección de anticuerpos (IgM o IgG) frente al virus.

    La prueba de amplificación de ácido nucleico a través de la reacción en cadena de la polimerasa con transcriptasa inversa (RT- PCR) es la prueba más utilizada para el diagnóstico de infección aguda por SARS-CoV-2, tiene una alta especificidad y sensibilidad, considerándose el “patrón de oro” (CDC, 2021). Alcanza su punto máximo de utilidad dentro de la primera semana de aparición de los síntomas y un resultado positivo confirma el diagnóstico (CDC, 2021). Normalmente se realiza con hisopo sobre muestra nasofaríngea, ya que tiene mayor sensibilidad que sobre garganta. Puede detectar casos aún en fase asintomática, pues los valores del umbral del ciclo de prueba (Ct) de la RT-PCR indicaron grandes cantidades de ARN viral en residentes asintomáticos, presintomáticos y sintomáticos, lo que sugiere la posibilidad de transmisión independientemente de los síntomas (Kimball A, 2020). El porcentaje de falsos negativos oscila entre un 5 y un 40%, por lo que si existe una alta sospecha clínica la prueba debe repetirse (Cheng MP, 2020).

    Otra prueba diagnóstica para identificar infección aguda son las pruebas de antígenos virales, con menor sensibilidad que la RT-PCR, pero más económicas, más rápidas (resultado en 15 minutos), más accesibles y de gran ayuda cuando no se dispone de PCR o se necesita un diagnóstico rápido. También se realizan con hisopo sobre muestra nasofaríngea. Se deben llevar a cabo en pacientes sintomáticos, durante la primera semana, cuando la carga viral es más alta. Si se obtiene un resultado negativo, la repetición de la prueba con un intervalo de al menos 48 horas (pruebas seriadas) mejora el rendimiento diagnóstico (CDC, 2022).

    La prueba de anticuerpos busca la presencia de proteínas específicas producidas en respuesta a la infección (IgM e IgG) a través de una muestra sanguínea. Está indicada para detectar infección previa o reciente, pero no aguda. La IgM puede encontrarse positiva a partir del quinto día tras inicio de los síntomas, obteniéndose en un 75% a partir de los 21 días. La seroconversión de IgM a IgG suele procesarse entre la tercera y cuarta semana (Guo L, 2020). Todavía se desconoce el tiempo exacto de inmunidad que confiere y los datos varían según el ensayo. Sin embargo, se piensa que la respuesta de los anticuerpos tras una infección es más sólida y duradera si se ha padecido una enfermedad grave frente a una enfermedad leve (CDC, 2022). Se habla de la persistencia de anticuerpos de hasta 8 meses tras la infección por SARS-CoV-2 y, como mínimo, de una duración de al menos 120 días (Dan JM, 2021; Arkhipova-Jenkins I, 2021).

    En las personas vacunadas las pruebas de detección viral deben interpretarse de la misma manera que en personas no vacunadas. Los resultados positivos no deben atribuirse a la vacuna.

    La vacunas autorizadas en Europa generan anticuerpos contra la proteína S (spike). Haber contraído una infección por SARS-CoV-2 induce una respuesta inmunitaria contra la proteína N (nucleocápside). Algunas pruebas serológicas detectan anticuerpos contra la proteína S, por lo que no se podría distinguir entre una infección o vacunación previas o ambas. Sin embargo, si la prueba serológica es reactiva frente a la proteína de la nucleocápside sugiere un antecedente de infección independientemente del estado de vacunación (CDC, 2022; Follmann D, 2022).

    No se recomienda realizar pruebas serológicas para la evaluación de la inmunidad tras la vacunación ni para evaluar la necesidad de la misma (CDC, 2022).

    ¿Cómo se trata?


    Tratamiento ambulatorio

    El objetivo principal en la evaluación del paciente con sospecha o confirmación de infección por SARS-CoV-2 es determinar el riesgo tanto de progresión a enfermedad grave como de la severidad de la sintomatología. Se recomienda una terapia específica ambulatoria para la COVID-19 en aquellos pacientes sintomáticos que cumplan los siguientes preceptos:
    • Edad avanzada: ≥65 años, independientemente del estado de vacunación, o ≥50 años no vacunados.
    • Adultos de cualquier edad con múltiples factores de riesgo de enfermedad grave, independientemente del estado de vacunación.
    • Pacientes con estado inmunitario deficiente, de moderado a grave (pueden presentar una respuesta subóptima a la vacunación).
    Los CDC ponen el umbral de edad para un mayor riesgo de enfermedad por la COVID-19 grave en los 50 años. Sin embargo, el riesgo de hospitalización grave y muerte no aumenta considerablemente hasta después de los 65 años y, en especial, hasta después de los 75 años (Arbel R, 2022).

    El tratamiento preferido en el ámbito ambulatorio es nirmatrelvir-ritonavir (Paxlovid). Ambos fármacos son inhibidores de la proteasa: el nirmatrelvir bloquea la actividad de la proteasa SARS-CoV-2-3CL, enzima indispensable para la replicación viral y el ritonavir enlentece el metabolismo del nirmatrelvir y así permanece activo durante más tiempo. Se cree que la combinación conserva actividad frente las subvariantes de Ómicron (Takashita E, 2022).

    Requiere validación farmacéutica y debe iniciarse dentro de los 5 primeros días del comienzo de la clínica. Precisa ajuste de dosis en insuficiencia renal, está contraindicado en pacientes con un filtrado glomerular estimado (FGE) <30 ml/min y en insuficiencia hepática grave (Child-Pugh clase C).

    El respaldo para el uso de este fármaco proviene de varios ensayos clínicos aleatorizados en pacientes ambulatorios sintomáticos, los cuales mostraron que reducía de manera significativa el riesgo de hospitalización y muerte (Hammond J, 2022; Dryden-Peterson S, 2023; Schwartz KL, 2023).

    Tratamiento hospitalario

    En el ámbito hospitalario se recomienda la tromboprofilaxis farmacológica con heparinas de bajo peso molecular, pues se ha demostrado el aumento del riesgo trombótico en los pacientes ingresados (Mansory EM, 2021). En el contexto de trombocitopenia inducida por heparina se recomienda fondaparinux (Baumann Kreuziger L, 2020).

    Se recomienda el uso de dexametasona en los pacientes hospitalizados que precisan oxígeno suplementario o soporte ventilatorio. El uso de otros corticoides a dosis equivalentes es razonable, aunque carece de un respaldo sólido (NIH, 2021). Se asocia a una menor mortalidad por todas las causas a los 28 días, por lo que se emplea en la enfermedad grave por SARS-CoV-2, pero no para el tratamiento de la enfermedad leve (Lamontagne F, 2020).

    El tocilizumab, anti-receptor de la interleucina-6, puede ser útil en combinación con dexametasona en algunos pacientes hospitalizados que necesitan oxígeno a alto flujo o presentan una descompensación respiratoria rápida (NIH, 2021). Reduce la mortalidad por todas las causas a los 28 días en comparación con la atención estándar sola, aunque probablemente tenga poco o ningún efecto sobre la mejoría clínica (Ghosn L, 2021; REMAP-CAP Investigators, 2021).

    El remdesivir, análogo de nucleótidos, tiene actividad in vitro contra el SARS-CoV-2, pero su papel en la práctica clínica todavía es dudoso. Si bien parece superior a placebo a la hora de acortar el tiempo de recuperación, no se han encontrado diferencias estadísticamente significativas en la reducción de la mortalidad ni en la necesidad de ventilación mecánica (Lamontagne F, 2020; NIH, 2021; WHO, 2020). La Agencia Europea del Medicamento (EMA) autorizó su uso en pacientes COVID-19 con neumonía que requieren oxígeno suplementario (EMA, 2020).

    Otros tratamientos

    El tratamiento con plasma convaleciente es una opción alternativa para aquellos pacientes sintomáticos (sobre todo con inmunosupresión) con riesgo de evolución a enfermedad grave y en los que nirmatrelvir-ritonavir no esté disponible o no sea adecuado. Hay estudios comparativos con placebo en los que se demuestra una tasa menor de hospitalización. Debe existir siempre un alto título de anticuerpos y administrarse en los 8 primeros días de la enfermedad (Estcourt LJ, 2022; Levine AC, 2023).

    El molnupiravir, los glucocorticoides inhalados, los anticuerpos monoclonales (bebtelovimab, sotrovimab, etc.) y el interferón gamma pegilado son tratamientos cuyo beneficio es limitado e incierto (Jagannathan P, 2021).

    El tratamiento con fluvoxamina, colchicina, metformina, azitromicina u otro tipo de antibioterapia, corticoides sistémicos en paciente ambulatorio, ivermectina, hidroxicloroquina y vitamina D no se asoció a una mayor supervivencia ni otros resultados clínicos positivos (WHO, 2021; NICE, 2020).

    No existe evidencia para evitar el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE) cuando estén clínicamente indicados (EMA, 2020).

    Inicialmente, algunos estudios generaron dudas sobre la seguridad de continuar con tratamientos crónicos como IECA, ARA II, estatinas y aspirina en pacientes con enfermedad por SARS-CoV-2. Actualmente se consideran fármacos seguros (Lee WH, 2021).

    Vitamina D y COVID-19

    Actualmente las guías no recomiendan el suplemento de vitamina D ni de manera preventiva ni terapéutica para el tratamiento de la infección por COVID-19 (NICE, 2020).

    Situaciones especiales


    Niños

    Los niños pueden contraer la enfermedad por COVID-19 a cualquier edad, aumentando su incidencia con los años (Leidman E, 2021).

    Los niños de todas las edades pueden transmitir el virus con prácticamente la misma tasa de eficacia que los adultos, tanto en el hogar como en la comunidad (Bhatt M, 2022).

    Se ha demostrado que el riesgo de infección en los centros educativos no es alto si están presentes las estrategias preventivas de distanciamiento, uso de mascarilla y ventilación (Doyle T, 2021).

    La mayoría de los niños presentan una enfermedad por SARS-CoV-2 más leve que los adultos, pero se han reportado algunos casos de enfermedad grave con necesidad de hospitalización e ingreso en la unidad de cuidados intensivos, sobre todo en aquellos que presentan comorbilidades subyacentes (Havers FP, 2021).

    Embarazo y lactancia

    Estar embarazada no implica una mayor susceptibilidad de contraer la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, la gestación está asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y muerte, comparado con mujeres no embarazadas de la misma edad (Allotey J, 2020). Además, una edad ≥35 años, la obesidad, la hipertensión arterial, la diabetes o alguna otra comorbilidad son factores determinantes para un peor desenlace. No obstante, más del 90% de las embarazadas infectadas se recuperan sin necesidad de hospitalización (Karimi L, 2021). Los principales diagnósticos diferenciales son el síndrome HELLP y otras infecciones respiratorias virales o bacterianas (Allotey J, 2020).

    Se ha notificado que las gestantes infectadas tienen 62% más probabilidades de desarrollar preeclampsia (Conde-Agudelo A, 2022). Existe una relación entre enfermedad grave o crítica por COVID-19 y un mayor riesgo de cesárea y/o prematuridad (Smith ER, 2023).

    La principal vía de transmisión a los recién nacidos sigue siendo a través de gotas respiratorias durante el período posnatal. La vía de transmisión vertical (intrauterina, intraparto o periparto) ha sido documentada, pero su evidencia todavía es muy limitada, estimando que el riesgo es muy bajo (CDC, 2020). El riesgo de transmisión a través de la leche materna es bajo, pero se necesitan más estudios para su confirmación. No existe contraindicación de la lactancia para madres infectadas por COVID-19 (WHO, 2020).

    Las principales organizaciones sanitarias instan a la vacunación contra el SARS-CoV-2 con vacunas ARNm (Comirnaty y Spikevax) en todas las embarazadas en cualquier trimestre de la gestación, así como de las mujeres lactantes (FDA, 2021; EUA, 2021). Los anticuerpos maternos atraviesan la placenta y traspasan la leche materna confiriendo inmunidad en los recién nacidos (Young BE, 2022).

    COVID persistente

    Se habla de COVID persistente cuando siguen existiendo signos o síntomas pasadas 4 semanas o más tras la infección aguda, pudiendo existir una mejoría clínica inicial. A este cuadro también se le conoce como COVID-19 postagudo, efectos a largo plazo del COVID, COVID crónico, COVID de larga duración o síndrome post-COVID entre otros. No existen criterios clínicos ampliamente aceptados para el diagnóstico, pero sí una nueva codificación en la Clasificacion Internacional de Enfermedades (ICD-10) para condiciones post-COVID no especificadas (U09.9) (CDC, 2021).

    La prevalencia exacta de la COVID persistente es incierta debido a los diferente análisis estadísticos y variación en sus definiciones. Sin embargo, se estima que a los 3 meses tras una infección por SARS-CoV-2 el 6,2% de las personas todavía presenta algún síntoma (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    El tiempo de recuperación es muy variable y depende fundamentalmente de factores de riesgo como la edad, el estado de vacunación, las comorbilidades preexistentes y la gravedad de la infección. Se ha descrito una duración prolongada de la sintomatología de 9 meses en personas hospitalizadas y de 4 meses en pacientes ambulatorios. En adultos ≥20 años las mujeres presentaron más probabilidad de tener clínica prolongada de COVID frente a los hombres: 10,6% frente a 5,4% (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    Incluye una amplia gama de síntomas, tanto físicos como psicológicos y cognitivos, que influyen en la calidad de vida del paciente. La fatiga fue el síntoma más comúnmente identificado.

    Los síntomas respiratorios son los que más se describen: fatiga (15-87%), disnea (10-71%), dolor torácico (12-44%), tos crónica (17-36%) y anosmia (10-13%) (Heesakkers H, 2022). No son desdeñables las alteraciones psiquiátricas como la ansiedad o la depresión (22-23%), el trastorno de estrés postraumático (7-24%) y, a nivel cognitivo, las alteraciones en la memoria (21-28%) y la pérdida de concentración (16%) (Del Brutto OH, 2021; COMEBAC Study Group, 2021). Algún estudio apunta sobre posibles secuelas cardiovasculares (Ramadan MS, 2021).

    Al tener la capacidad de producir una respuesta sistémica inflamatoria, la afectación multiorgánica hace que los estudios sean muy heterogéneos y disminuya la solidez de los mismos. Se necesita un seguimiento longitudinal de las posibles huellas post-COVID (CDC, 2022).

    Reinfección

    El riesgo de reinfección durante los 6-7 meses posteriores a la primoinfección por SARS-CoV-2 es bajo. Se estima que haber padecido la enfermedad reduce el riesgo entre un 80-85% (Hansen CH, 2021). Sin embargo, el riesgo aumenta si la variante de reinfección es Ómicron (Altarawneh HN, 2022)

    No se conoce con exactitud el grado de inmunidad que confiere una primera infección. Se han reportado casos esporádicos de reinfección confirmada con una clínica más leve que la primera. Por otra parte, se han documentado otros casos en pacientes inmunodeprimidos en los que la segunda infección ha sido mortal (Selhorst P, 2021).

    El diagnóstico de una posible reinfección es un reto y no es suficiente con una prueba RT-PCR. Dada la posibilidad de diseminación respiratoria prolongada del virus, se podría obtener una prueba de RT-PCR positiva repetidamente en un paciente recuperado que no tiene por qué entenderse como reinfección, y por tanto, se prefiere añadir una prueba de antígenos virales. La eliminación del ARN tiene una duración muy variable y aumenta con la edad y gravedad de la enfermedad (Fontana LM, 2021).

    Los CDC sugieren que se investigue la posibilidad de una reinfección con pruebas filogenéticas si el paciente presenta una RT-PCR positiva tras 3 meses de la primoinfección o bien una prueba positiva repetida entre 1,5 y 3 meses, y que además se acompañe de síntomas (CDC, 2021).

    Bibliografía

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    Más en la red

    Autores

    • Rocío Fernández-Montells Rodríguez
    Médico Residente de Medicina Familiar y Comunitaria
    • Ángel Núñez Vázquez
    Médico Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria
    Servicio de Atención Primaria de San José. Servizo Galego de Saúde. A Coruña. España.
    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

    Enfermedad por coronavirus 2019 (SARS-CoV-2)

    Fecha de revisión: 29/05/2023
    • Guía
    • Relaciones
    Índice de contenidos

    ¿De qué hablamos?


    Los betacoronavirus, pertenecientes a la familia Coronaviridae, como el MERS o el SARS-CoV-1, son patógenos comunes en muchas especies de animales que pueden infectar a humanos a través de la propagación. En diciembre de 2019 aparecieron infecciones respiratorias atípicas causadas por el SARS-CoV-2 en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, en China. Pronto comenzaron a extenderse por todo el mundo y el agente causante fue denominado coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo 2 (SARS-CoV-2). El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró estado de pandemia mundial (CDC, 2021; WHO, 2020).

    ¿Cómo se transmite?


    Existen tres vías principales de propagación (CDC, 2021):
    • La vía inhalatoria es la principal vía de transmisión. Se produce por la inhalación de gotitas y partículas de aerosoles que contienen virus infecciosos y se desprenden al hablar, toser, estornudar o incluso respirar. El riesgo de transmisión es mayor cuando hay menos de 2 metros de distancia entre personas, una duración mayor a 15 minutos y en ambientes interiores. El SARS-CoV-2 puede permanecer estable en aerosoles hasta 3 horas.
    • La deposición de esas mismas partículas exhaladas en las membranas mucosas expuestas.
    • Al tocar las membranas mucosas con las manos después de un contacto con fómites. La estabilidad del SARS-CoV-2 es similar a la del SARS-CoV-1 en los diferentes materiales. Es más estable en plástico y acero inoxidable, detectándose hasta 72 horas más tarde que en cobre y cartón, en los que ya no se encuentra a las 4 y a las 24 horas, respectivamente. Las condiciones ambientales influyen en el proceso de inactivación del virus, que se verá acelerado al aumentar la temperatura y la humedad relativa.
    La vía de transmisión nosocomial es importante y requiere medidas de prevención y control determinadas para evitar el contagio intrahospitalario.

    A pesar de haberse detectado restos de ARN del SARS-CoV-2 en muestras de heces, sangre, conjuntiva ocular y semen, las posibilidades de transmisión fecal-oral, sanguínea, ocular y sexual no parecen ser un factor significativo. Se ha detectado infección por SARS-CoV-2 en algunas especies de animales como los hurones, felinos, visones y hámsteres. Sin embargo, hay muy pocos casos descritos de posible transmisión de animales a humanos (CDC, 2021).

    El período de transmisión de la infección de una persona a otra se considera que comienza en la etapa presintomática, siendo el riesgo de contagio mayor en los primeros días de la enfermedad, momento en el que los niveles de ARN viral en la vía respiratoria superior son más altos, para luego ir disminuyendo. Se estima que la infectividad alcanza su punto máximo entre los 2 días anteriores y un día después al inicio de los síntomas. La transmisión a partir del séptimo al décimo día es improbable. (CDC, 2021; He X, 2020).

    ¿Qué variantes existen?


    La mayoría de los virus evolucionan y se adaptan a los nuevos huéspedes. La alternancia del genoma del SARS-CoV-2 a través de mutaciones y recombinaciones en su estructura ARN produce cambios en el ciclo viral.

    Debido a la rápida propagación, a las implicaciones clínicas y al impacto sobre la salud pública, en junio del año 2020 la OMS estableció un grupo de trabajo centrado en la evolución viral y determinaron 4 agrupaciones (WHO, 2023; CDC, 2023):
    • Variantes de preocupación (variants of concern, VOC).
    • Variantes de gran consecuencia (VOHC).
    • Variantes bajo monitoreo (VBM).
    • Variantes de interés (VOI).
    Las variantes clasificadas como variantes bajo monitoreo (VBM) incluyen aquellas que tienen un impacto potencial, pero que circulan en niveles bajos. No representan un riesgo significativo e inminente para la salud pública (CDC, 2023).

    Las variantes de interés (VOI) son aquellas que pueden generar alteraciones a cualquier nivel de la cadena, pero que no llegan a tener una gran propagación. Actualmente ninguna variante del SARS-CoV-2 está designada como variante de interés.

    Desde 2022 las variantes de Ómicron (B.1.1.529) y sus sublinajes se han convertido en las cepas predominantes a escala mundial. Las variantes que en su momento fueron variantes de preocupación no llegaron a convertirse en cepas dominantes como Alfa (B.1.1.7), Beta (B.1.351), Gamma (P.1) y Delta (B.1.617.2) (CCAES, 2023).

    Varios sublinajes de Ómicron han demostrado una ventaja de replicación, así como una evasión a la neutralización de los anticuerpos, inducida tanto por las infecciones previas como por la vacunación, respecto a la variante Delta, que fue la cepa más prevalente hasta entonces. Además, parece provocar una enfermedad de menor gravedad y mortalidad que las anteriores variantes (Wang Q, 2022).

    ¿Cómo se manifiesta clínicamente?


    El periodo de incubación habitual de la enfermedad es entre 4 y 6 días, con un máximo de 14 días. Se ha observado un periodo de incubación menor para la variante Ómicron, con un inicio de los síntomas a los 3 días (Wu Y, 2022). El SARS-CoV-2 se presenta habitualmente como una infección respiratoria aguda.

    Las manifestaciones clínicas para la infección por SASRS-CoV-2 varían desde asintomáticas, presintomáticas (aquellas que no presentan síntomas en el momento del diagnóstico pero que los desarrollan con posterioridad) y sintomáticas, con gran variabilidad entre estas últimos, desde síntomas leves a críticos y mortales.

    Se estima que un 33% de las infecciones son asintomáticas. A pesar de no presentar ningún tipo de sintomatología, los pacientes pueden presentar alteraciones clínicas objetivas en pruebas radiológicas. El riesgo de evolucionar a un estado sintomático aumenta con la edad y el rango de tiempo en el que pueden aparecer a partir de una prueba diagnóstica positiva, es de entre 2 o 3 a 7 días.

    En un estado de enfermedad leve aparecen con mayor frecuencia tos, fatiga, fiebre, mialgias y dolor de cabeza (CDC, 2021). El dolor de garganta, la rinorrea y la clínica gastrointestinal (náuseas, vómitos, diarrea) son también comunes. La anosmia y disgeusia son habituales y características de la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, no hay ningún síntoma específico que permita confirmar o descartar la enfermedad.

    Se estima una tasa de coinfección bacteriana en el momento del diagnóstico del 8% y de infecciones secundarias de un 12-20%, entre las que destacan la sobreinfección por virus, siendo el más frecuente el virus de Epstein-Barr (Kurra N, 2022).

    La progresión hacia una enfermedad grave suele ocurrir en una semana aproximadamente. Se define como enfermedad grave aquella que requiere para su control un ingreso hospitalario, un ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI), hipoxemia o la necesidad de un soporte ventilatorio (CDC, 2021).

    Los pacientes pueden evolucionar hacia un síndrome de distrés respiratorio agudo con hipoxia secundaria e incluso llegar a niveles críticos presentando insuficiencia respiratoria, shock o fallo multiorgánico (CDC, 2021). Otras complicaciones posibles son las cardiovasculares (arritmias, insuficiencia o lesión miocárdica), neurológicas (encefalopatía, mareo), tromboembólicas, inflamatorias como el síndrome de Guillain-Barré, etc.

    Se han identificado factores de riesgo que predisponen a presentar una enfermedad grave (CDC, 2022):
    • Edad: es el factor de riesgo más importante. Ningún grupo de edad está exento de contraer la enfermedad. Sin embargo, a medida que se avanza en número de años hay más riesgo de contraer la enfermedad y de que esta sea más letal, especialmente a partir de los 65 años.
    • Comorbilidades: existe también una relación bien estudiada entre las patologías subyacentes con desarrollar una enfermedad grave, así como complicaciones o incluso la muerte. Los CDC han enumerado las principales enfermedades asociadas a un peor pronóstico: cáncer, enfermedad cerebrovascular, enfermedad renal crónica, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, asma, diabetes mellitus tipos 1 y 2, hipertensión arterial, afectaciones cardiacas, hepatopatía, inmunodeficiencias, tabaquismo, obesidad y embarazo.
    • Sexo: los hombres tienen más riesgo que las mujeres.
    La tasa de letalidad tiene una gran variabilidad, dependiendo de la población estudiada, de la fecha en la que se realizó el estudio y del denominador utilizado. Va desde un 2,3% inicial a menos del 0,5% actual (Wu Z, 2020; Levin AT, 2020; Meyerowitz-Katz G, 2020).

    La tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados se sitúa alrededor del 4%. Con el curso de la pandemia las tasas de mortalidad hospitalaria han ido disminuyendo, independientemente del estado basal del paciente (Anesi GL, 2021). En entornos con escasez de recursos la mortalidad es mayor, tanto por las enfermedades subyacentes como por la falta de medios (ACCCOS, 2021).

    ¿Cómo se previene?


    Existen medidas preventivas generales de salud pública que consisten en:
    • Uso de mascarilla facial: existe una asociación clara entre su uso y la reducción de la COVID-19. Dependiendo del nivel de transmisión y la tasa de vacunación local, las indicaciones sobre el uso de la mascarilla facial pueden variar. El principal objetivo es frenar las secreciones y la posible transmisión entre personas (CDC, 2023).
    • Distanciamiento: se recomienda mantener una distancia entre personas, tanto en espacios interiores como exteriores, para disminuir el contacto cercano con una posible persona infectada. Los CDC aconsejan una separación mínima de 2 metros. Sin embargo, la OMS sugiere que 1 metro sería suficiente.
    • Lavado de manos: realizar con esmero una buena higiene de manos tras tocar superficies y con una solución que contenga al menos un 60% de alcohol reduce e inactiva al virus en la piel en 15 segundos. El SARS-CoV-2 puede permanecer hasta 9 horas en la piel si no se realiza una desinfección adecuada (Hirose R, 2021).
    • Ventilación: asegurar una buena ventilación del aire en los espacios cerrados e interiores reduce significativamente el número de partículas infecciosas y, por tanto, conlleva un menor riesgo de transmisión. Además, tiene beneficios adicionales, como la reducción de infecciones por otros virus respiratorios, alergias y síndrome del edifico enfermo (Tang JW, 2021).
    • Vacunas: la rapidez del desarrollo de las vacunas se debe en parte al descubrimiento de las que utilizan el ARN mensajero (ARNm). Este ARNm tiene instrucciones para producir una proteína de superficie que el virus SARS-CoV-2 utiliza para entrar en las células. Tras la inyección de la vacuna, algunas células leen las instrucciones del ARNm y producen temporalmente la proteína de pico. El sistema inmunitario de la persona receptora, tras reconocer esta proteína como extraña, produce anticuerpos y activa los linfocitos T, lo que la protegerá cuando entre en contacto con el virus SARS-CoV-2. La partícula de ARNm es posteriormente degradada y eliminada por enzimas. En este proceso no está involucrado ningún virus vivo ni material genético que altere el núcleo de las células.
    La única contraindicación para la administración de la vacuna es la reacción alérgica, de cualquier grado de gravedad, a la vacuna o a alguno de sus componentes (CDC, 2021).

    Teniendo en cuenta los estudios y seguimiento realizados hasta ahora, estas vacunas son muy seguras. Entre los efectos adversos conocidos destaca, por su gravedad, un aumento de las tasas de eventos tromboembólicos venosos, incluida la trombosis venosa cerebral, por el desarrollo del síndrome de trombocitopenia inmunitaria protrombótica inducida por vacuna (VIPIT), entre los receptores de Ad26.COV2.S (Janssen) y especialmente ChAdOx1-S (AstraZeneca). También se han descrito casos de miocarditis y pericarditis en varones jóvenes tras recibir vacunas de ARNm y Nuvavax (Gargano JW, 2021; FDA, 2022).

    Se habla de una posible asociación entre las vacunas de vector de adenovirus (Janssen, AstraZeneca) y el síndrome de Guillain-Barré (EMA, 2021), además de haber sido identificado en el contexto de infección por COVID-19. Sin embargo, los riesgos absolutos de estos eventos fueron pequeños y los hallazgos deben interpretarse a la luz de los efectos beneficiosos probados de la vacuna (Pottegård A, 2021). Por otro lado, con las vacunas basadas en ARNm se han declarado casos muy raros de anafilaxia, entre 2,5 y 4,7 casos por millón de personas (Shimabukuro TT, 2021).

    En la tabla 1 puede verse un resumen de la situación en el momento de la publicación de las principales vacunas occidentales (Creech CB, 2021; EMA, 2021).

    Tabla 1. Situación de las principales vacunas occidentales contra la COVID-19.
    Nombre Situación en Europa Indicación y dosis Tipo Información técnica Conservación
    Comirnaty (BioNTech y Pfizer) Autorización de comercialización
    condicional.
    6 meses a 4 años: 3 dosis.

    5 a 11 años: 2 dosis + refuerzo si hay inmunosupresión.

    >12 años: 2 dosis con intervalo entre 3-4 semanas.
    ARN mensajero. EMA Transporte a menos 75 °C.

    Vida útil de 30 días
    entre 2 y 8 ºC.
    Spikevax (COVID-19 Vaccine Moderna) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 6 meses: 2 dosis con intervalo entre 4-8 semanas + refuerzo si hay inmunosupresión. ARN mensajero. EMA Transporte a menos 20 °C.

    Vida útil de 30 días entre 2 y 8 ºC.
    Vaxzevria
    (AstraZeneca, en colaboración con la Universidad de Oxford)
    Autorización de comercialización
    condicional.
    Dos dosis con hasta 12 semanas de diferencia. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Jcovden (Janssen/Johnson & Johnson) Autorización de comercialización
    condicional.
    Una única dosis en personas ≥18 años. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Nuvaxovid (Nuvavax, NVX-CoV2373) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 12 años: 2 dosis con al menos con 8 semanas de intervalo. Proteína recombinante adyuvada. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.

    Se debe esperar al menos entre 3 y 5 meses para administrar dosis de recuerdo tras una infección reciente (CDC, 2023).

    Las vacunas son altamente efectivas, disminuyen el riesgo de infección por SARS-CoV2 y, en especial, la enfermedad moderada/grave, reduciendo el ingreso hospitalario y la morbimortalidad asociada (Thompson MG, 2021; Havers FP, 2022).

    En personas de 5 o más años la FDA y los CDC recomiendan, debido a la atenuación del efecto y a la aparición de nuevas variantes, una dosis de refuerzo con una de las vacunas bivalentes de ARNm (Comirnaty bivalent y Spikevax bivalent) al menos 2 meses después de la última dosis de la primovacunación. Las vacunas de ARNm (Comirnaty y Spikevax) monovalentes ya no están autorizadas como dosis de refuerzo (FDA, 2022).

    ¿Cómo se diagnostica?


    El proceso diagnóstico debe basarse en factores clínicos o epidemiológicos, y vincularse a una evaluación de la probabilidad de infección con protocolos adaptados a la situación local. Si el manejo del caso lo requiere, deben realizarse pruebas para detectar otros patógenos respiratorios, sin retrasar las pruebas para COVID-19, que deben realizarse siempre, aunque se encuentre otro patógeno respiratorio que pudiera justificar la sintomatología (WHO, 2020).

    Existen dos tipos de pruebas de utilidad diagnóstica: las basadas en la detección del virus (ARN o antígeno viral) y las basadas en la detección de anticuerpos (IgM o IgG) frente al virus.

    La prueba de amplificación de ácido nucleico a través de la reacción en cadena de la polimerasa con transcriptasa inversa (RT- PCR) es la prueba más utilizada para el diagnóstico de infección aguda por SARS-CoV-2, tiene una alta especificidad y sensibilidad, considerándose el “patrón de oro” (CDC, 2021). Alcanza su punto máximo de utilidad dentro de la primera semana de aparición de los síntomas y un resultado positivo confirma el diagnóstico (CDC, 2021). Normalmente se realiza con hisopo sobre muestra nasofaríngea, ya que tiene mayor sensibilidad que sobre garganta. Puede detectar casos aún en fase asintomática, pues los valores del umbral del ciclo de prueba (Ct) de la RT-PCR indicaron grandes cantidades de ARN viral en residentes asintomáticos, presintomáticos y sintomáticos, lo que sugiere la posibilidad de transmisión independientemente de los síntomas (Kimball A, 2020). El porcentaje de falsos negativos oscila entre un 5 y un 40%, por lo que si existe una alta sospecha clínica la prueba debe repetirse (Cheng MP, 2020).

    Otra prueba diagnóstica para identificar infección aguda son las pruebas de antígenos virales, con menor sensibilidad que la RT-PCR, pero más económicas, más rápidas (resultado en 15 minutos), más accesibles y de gran ayuda cuando no se dispone de PCR o se necesita un diagnóstico rápido. También se realizan con hisopo sobre muestra nasofaríngea. Se deben llevar a cabo en pacientes sintomáticos, durante la primera semana, cuando la carga viral es más alta. Si se obtiene un resultado negativo, la repetición de la prueba con un intervalo de al menos 48 horas (pruebas seriadas) mejora el rendimiento diagnóstico (CDC, 2022).

    La prueba de anticuerpos busca la presencia de proteínas específicas producidas en respuesta a la infección (IgM e IgG) a través de una muestra sanguínea. Está indicada para detectar infección previa o reciente, pero no aguda. La IgM puede encontrarse positiva a partir del quinto día tras inicio de los síntomas, obteniéndose en un 75% a partir de los 21 días. La seroconversión de IgM a IgG suele procesarse entre la tercera y cuarta semana (Guo L, 2020). Todavía se desconoce el tiempo exacto de inmunidad que confiere y los datos varían según el ensayo. Sin embargo, se piensa que la respuesta de los anticuerpos tras una infección es más sólida y duradera si se ha padecido una enfermedad grave frente a una enfermedad leve (CDC, 2022). Se habla de la persistencia de anticuerpos de hasta 8 meses tras la infección por SARS-CoV-2 y, como mínimo, de una duración de al menos 120 días (Dan JM, 2021; Arkhipova-Jenkins I, 2021).

    En las personas vacunadas las pruebas de detección viral deben interpretarse de la misma manera que en personas no vacunadas. Los resultados positivos no deben atribuirse a la vacuna.

    La vacunas autorizadas en Europa generan anticuerpos contra la proteína S (spike). Haber contraído una infección por SARS-CoV-2 induce una respuesta inmunitaria contra la proteína N (nucleocápside). Algunas pruebas serológicas detectan anticuerpos contra la proteína S, por lo que no se podría distinguir entre una infección o vacunación previas o ambas. Sin embargo, si la prueba serológica es reactiva frente a la proteína de la nucleocápside sugiere un antecedente de infección independientemente del estado de vacunación (CDC, 2022; Follmann D, 2022).

    No se recomienda realizar pruebas serológicas para la evaluación de la inmunidad tras la vacunación ni para evaluar la necesidad de la misma (CDC, 2022).

    ¿Cómo se trata?


    Tratamiento ambulatorio

    El objetivo principal en la evaluación del paciente con sospecha o confirmación de infección por SARS-CoV-2 es determinar el riesgo tanto de progresión a enfermedad grave como de la severidad de la sintomatología. Se recomienda una terapia específica ambulatoria para la COVID-19 en aquellos pacientes sintomáticos que cumplan los siguientes preceptos:
    • Edad avanzada: ≥65 años, independientemente del estado de vacunación, o ≥50 años no vacunados.
    • Adultos de cualquier edad con múltiples factores de riesgo de enfermedad grave, independientemente del estado de vacunación.
    • Pacientes con estado inmunitario deficiente, de moderado a grave (pueden presentar una respuesta subóptima a la vacunación).
    Los CDC ponen el umbral de edad para un mayor riesgo de enfermedad por la COVID-19 grave en los 50 años. Sin embargo, el riesgo de hospitalización grave y muerte no aumenta considerablemente hasta después de los 65 años y, en especial, hasta después de los 75 años (Arbel R, 2022).

    El tratamiento preferido en el ámbito ambulatorio es nirmatrelvir-ritonavir (Paxlovid). Ambos fármacos son inhibidores de la proteasa: el nirmatrelvir bloquea la actividad de la proteasa SARS-CoV-2-3CL, enzima indispensable para la replicación viral y el ritonavir enlentece el metabolismo del nirmatrelvir y así permanece activo durante más tiempo. Se cree que la combinación conserva actividad frente las subvariantes de Ómicron (Takashita E, 2022).

    Requiere validación farmacéutica y debe iniciarse dentro de los 5 primeros días del comienzo de la clínica. Precisa ajuste de dosis en insuficiencia renal, está contraindicado en pacientes con un filtrado glomerular estimado (FGE) <30 ml/min y en insuficiencia hepática grave (Child-Pugh clase C).

    El respaldo para el uso de este fármaco proviene de varios ensayos clínicos aleatorizados en pacientes ambulatorios sintomáticos, los cuales mostraron que reducía de manera significativa el riesgo de hospitalización y muerte (Hammond J, 2022; Dryden-Peterson S, 2023; Schwartz KL, 2023).

    Tratamiento hospitalario

    En el ámbito hospitalario se recomienda la tromboprofilaxis farmacológica con heparinas de bajo peso molecular, pues se ha demostrado el aumento del riesgo trombótico en los pacientes ingresados (Mansory EM, 2021). En el contexto de trombocitopenia inducida por heparina se recomienda fondaparinux (Baumann Kreuziger L, 2020).

    Se recomienda el uso de dexametasona en los pacientes hospitalizados que precisan oxígeno suplementario o soporte ventilatorio. El uso de otros corticoides a dosis equivalentes es razonable, aunque carece de un respaldo sólido (NIH, 2021). Se asocia a una menor mortalidad por todas las causas a los 28 días, por lo que se emplea en la enfermedad grave por SARS-CoV-2, pero no para el tratamiento de la enfermedad leve (Lamontagne F, 2020).

    El tocilizumab, anti-receptor de la interleucina-6, puede ser útil en combinación con dexametasona en algunos pacientes hospitalizados que necesitan oxígeno a alto flujo o presentan una descompensación respiratoria rápida (NIH, 2021). Reduce la mortalidad por todas las causas a los 28 días en comparación con la atención estándar sola, aunque probablemente tenga poco o ningún efecto sobre la mejoría clínica (Ghosn L, 2021; REMAP-CAP Investigators, 2021).

    El remdesivir, análogo de nucleótidos, tiene actividad in vitro contra el SARS-CoV-2, pero su papel en la práctica clínica todavía es dudoso. Si bien parece superior a placebo a la hora de acortar el tiempo de recuperación, no se han encontrado diferencias estadísticamente significativas en la reducción de la mortalidad ni en la necesidad de ventilación mecánica (Lamontagne F, 2020; NIH, 2021; WHO, 2020). La Agencia Europea del Medicamento (EMA) autorizó su uso en pacientes COVID-19 con neumonía que requieren oxígeno suplementario (EMA, 2020).

    Otros tratamientos

    El tratamiento con plasma convaleciente es una opción alternativa para aquellos pacientes sintomáticos (sobre todo con inmunosupresión) con riesgo de evolución a enfermedad grave y en los que nirmatrelvir-ritonavir no esté disponible o no sea adecuado. Hay estudios comparativos con placebo en los que se demuestra una tasa menor de hospitalización. Debe existir siempre un alto título de anticuerpos y administrarse en los 8 primeros días de la enfermedad (Estcourt LJ, 2022; Levine AC, 2023).

    El molnupiravir, los glucocorticoides inhalados, los anticuerpos monoclonales (bebtelovimab, sotrovimab, etc.) y el interferón gamma pegilado son tratamientos cuyo beneficio es limitado e incierto (Jagannathan P, 2021).

    El tratamiento con fluvoxamina, colchicina, metformina, azitromicina u otro tipo de antibioterapia, corticoides sistémicos en paciente ambulatorio, ivermectina, hidroxicloroquina y vitamina D no se asoció a una mayor supervivencia ni otros resultados clínicos positivos (WHO, 2021; NICE, 2020).

    No existe evidencia para evitar el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE) cuando estén clínicamente indicados (EMA, 2020).

    Inicialmente, algunos estudios generaron dudas sobre la seguridad de continuar con tratamientos crónicos como IECA, ARA II, estatinas y aspirina en pacientes con enfermedad por SARS-CoV-2. Actualmente se consideran fármacos seguros (Lee WH, 2021).

    Vitamina D y COVID-19

    Actualmente las guías no recomiendan el suplemento de vitamina D ni de manera preventiva ni terapéutica para el tratamiento de la infección por COVID-19 (NICE, 2020).

    Situaciones especiales


    Niños

    Los niños pueden contraer la enfermedad por COVID-19 a cualquier edad, aumentando su incidencia con los años (Leidman E, 2021).

    Los niños de todas las edades pueden transmitir el virus con prácticamente la misma tasa de eficacia que los adultos, tanto en el hogar como en la comunidad (Bhatt M, 2022).

    Se ha demostrado que el riesgo de infección en los centros educativos no es alto si están presentes las estrategias preventivas de distanciamiento, uso de mascarilla y ventilación (Doyle T, 2021).

    La mayoría de los niños presentan una enfermedad por SARS-CoV-2 más leve que los adultos, pero se han reportado algunos casos de enfermedad grave con necesidad de hospitalización e ingreso en la unidad de cuidados intensivos, sobre todo en aquellos que presentan comorbilidades subyacentes (Havers FP, 2021).

    Embarazo y lactancia

    Estar embarazada no implica una mayor susceptibilidad de contraer la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, la gestación está asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y muerte, comparado con mujeres no embarazadas de la misma edad (Allotey J, 2020). Además, una edad ≥35 años, la obesidad, la hipertensión arterial, la diabetes o alguna otra comorbilidad son factores determinantes para un peor desenlace. No obstante, más del 90% de las embarazadas infectadas se recuperan sin necesidad de hospitalización (Karimi L, 2021). Los principales diagnósticos diferenciales son el síndrome HELLP y otras infecciones respiratorias virales o bacterianas (Allotey J, 2020).

    Se ha notificado que las gestantes infectadas tienen 62% más probabilidades de desarrollar preeclampsia (Conde-Agudelo A, 2022). Existe una relación entre enfermedad grave o crítica por COVID-19 y un mayor riesgo de cesárea y/o prematuridad (Smith ER, 2023).

    La principal vía de transmisión a los recién nacidos sigue siendo a través de gotas respiratorias durante el período posnatal. La vía de transmisión vertical (intrauterina, intraparto o periparto) ha sido documentada, pero su evidencia todavía es muy limitada, estimando que el riesgo es muy bajo (CDC, 2020). El riesgo de transmisión a través de la leche materna es bajo, pero se necesitan más estudios para su confirmación. No existe contraindicación de la lactancia para madres infectadas por COVID-19 (WHO, 2020).

    Las principales organizaciones sanitarias instan a la vacunación contra el SARS-CoV-2 con vacunas ARNm (Comirnaty y Spikevax) en todas las embarazadas en cualquier trimestre de la gestación, así como de las mujeres lactantes (FDA, 2021; EUA, 2021). Los anticuerpos maternos atraviesan la placenta y traspasan la leche materna confiriendo inmunidad en los recién nacidos (Young BE, 2022).

    COVID persistente

    Se habla de COVID persistente cuando siguen existiendo signos o síntomas pasadas 4 semanas o más tras la infección aguda, pudiendo existir una mejoría clínica inicial. A este cuadro también se le conoce como COVID-19 postagudo, efectos a largo plazo del COVID, COVID crónico, COVID de larga duración o síndrome post-COVID entre otros. No existen criterios clínicos ampliamente aceptados para el diagnóstico, pero sí una nueva codificación en la Clasificacion Internacional de Enfermedades (ICD-10) para condiciones post-COVID no especificadas (U09.9) (CDC, 2021).

    La prevalencia exacta de la COVID persistente es incierta debido a los diferente análisis estadísticos y variación en sus definiciones. Sin embargo, se estima que a los 3 meses tras una infección por SARS-CoV-2 el 6,2% de las personas todavía presenta algún síntoma (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    El tiempo de recuperación es muy variable y depende fundamentalmente de factores de riesgo como la edad, el estado de vacunación, las comorbilidades preexistentes y la gravedad de la infección. Se ha descrito una duración prolongada de la sintomatología de 9 meses en personas hospitalizadas y de 4 meses en pacientes ambulatorios. En adultos ≥20 años las mujeres presentaron más probabilidad de tener clínica prolongada de COVID frente a los hombres: 10,6% frente a 5,4% (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    Incluye una amplia gama de síntomas, tanto físicos como psicológicos y cognitivos, que influyen en la calidad de vida del paciente. La fatiga fue el síntoma más comúnmente identificado.

    Los síntomas respiratorios son los que más se describen: fatiga (15-87%), disnea (10-71%), dolor torácico (12-44%), tos crónica (17-36%) y anosmia (10-13%) (Heesakkers H, 2022). No son desdeñables las alteraciones psiquiátricas como la ansiedad o la depresión (22-23%), el trastorno de estrés postraumático (7-24%) y, a nivel cognitivo, las alteraciones en la memoria (21-28%) y la pérdida de concentración (16%) (Del Brutto OH, 2021; COMEBAC Study Group, 2021). Algún estudio apunta sobre posibles secuelas cardiovasculares (Ramadan MS, 2021).

    Al tener la capacidad de producir una respuesta sistémica inflamatoria, la afectación multiorgánica hace que los estudios sean muy heterogéneos y disminuya la solidez de los mismos. Se necesita un seguimiento longitudinal de las posibles huellas post-COVID (CDC, 2022).

    Reinfección

    El riesgo de reinfección durante los 6-7 meses posteriores a la primoinfección por SARS-CoV-2 es bajo. Se estima que haber padecido la enfermedad reduce el riesgo entre un 80-85% (Hansen CH, 2021). Sin embargo, el riesgo aumenta si la variante de reinfección es Ómicron (Altarawneh HN, 2022)

    No se conoce con exactitud el grado de inmunidad que confiere una primera infección. Se han reportado casos esporádicos de reinfección confirmada con una clínica más leve que la primera. Por otra parte, se han documentado otros casos en pacientes inmunodeprimidos en los que la segunda infección ha sido mortal (Selhorst P, 2021).

    El diagnóstico de una posible reinfección es un reto y no es suficiente con una prueba RT-PCR. Dada la posibilidad de diseminación respiratoria prolongada del virus, se podría obtener una prueba de RT-PCR positiva repetidamente en un paciente recuperado que no tiene por qué entenderse como reinfección, y por tanto, se prefiere añadir una prueba de antígenos virales. La eliminación del ARN tiene una duración muy variable y aumenta con la edad y gravedad de la enfermedad (Fontana LM, 2021).

    Los CDC sugieren que se investigue la posibilidad de una reinfección con pruebas filogenéticas si el paciente presenta una RT-PCR positiva tras 3 meses de la primoinfección o bien una prueba positiva repetida entre 1,5 y 3 meses, y que además se acompañe de síntomas (CDC, 2021).

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    Más en la red

    Autores

    • Rocío Fernández-Montells Rodríguez
    Médico Residente de Medicina Familiar y Comunitaria
    • Ángel Núñez Vázquez
    Médico Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria
    Servicio de Atención Primaria de San José. Servizo Galego de Saúde. A Coruña. España.
    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

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    Enfermedad por coronavirus 2019 (SARS-CoV-2)

    Fecha de revisión: 29/05/2023

    ¿De qué hablamos?


    Los betacoronavirus, pertenecientes a la familia Coronaviridae, como el MERS o el SARS-CoV-1, son patógenos comunes en muchas especies de animales que pueden infectar a humanos a través de la propagación. En diciembre de 2019 aparecieron infecciones respiratorias atípicas causadas por el SARS-CoV-2 en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, en China. Pronto comenzaron a extenderse por todo el mundo y el agente causante fue denominado coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo 2 (SARS-CoV-2). El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró estado de pandemia mundial (CDC, 2021; WHO, 2020).

    ¿Cómo se transmite?


    Existen tres vías principales de propagación (CDC, 2021):
    • La vía inhalatoria es la principal vía de transmisión. Se produce por la inhalación de gotitas y partículas de aerosoles que contienen virus infecciosos y se desprenden al hablar, toser, estornudar o incluso respirar. El riesgo de transmisión es mayor cuando hay menos de 2 metros de distancia entre personas, una duración mayor a 15 minutos y en ambientes interiores. El SARS-CoV-2 puede permanecer estable en aerosoles hasta 3 horas.
    • La deposición de esas mismas partículas exhaladas en las membranas mucosas expuestas.
    • Al tocar las membranas mucosas con las manos después de un contacto con fómites. La estabilidad del SARS-CoV-2 es similar a la del SARS-CoV-1 en los diferentes materiales. Es más estable en plástico y acero inoxidable, detectándose hasta 72 horas más tarde que en cobre y cartón, en los que ya no se encuentra a las 4 y a las 24 horas, respectivamente. Las condiciones ambientales influyen en el proceso de inactivación del virus, que se verá acelerado al aumentar la temperatura y la humedad relativa.
    La vía de transmisión nosocomial es importante y requiere medidas de prevención y control determinadas para evitar el contagio intrahospitalario.

    A pesar de haberse detectado restos de ARN del SARS-CoV-2 en muestras de heces, sangre, conjuntiva ocular y semen, las posibilidades de transmisión fecal-oral, sanguínea, ocular y sexual no parecen ser un factor significativo. Se ha detectado infección por SARS-CoV-2 en algunas especies de animales como los hurones, felinos, visones y hámsteres. Sin embargo, hay muy pocos casos descritos de posible transmisión de animales a humanos (CDC, 2021).

    El período de transmisión de la infección de una persona a otra se considera que comienza en la etapa presintomática, siendo el riesgo de contagio mayor en los primeros días de la enfermedad, momento en el que los niveles de ARN viral en la vía respiratoria superior son más altos, para luego ir disminuyendo. Se estima que la infectividad alcanza su punto máximo entre los 2 días anteriores y un día después al inicio de los síntomas. La transmisión a partir del séptimo al décimo día es improbable. (CDC, 2021; He X, 2020).

    ¿Qué variantes existen?


    La mayoría de los virus evolucionan y se adaptan a los nuevos huéspedes. La alternancia del genoma del SARS-CoV-2 a través de mutaciones y recombinaciones en su estructura ARN produce cambios en el ciclo viral.

    Debido a la rápida propagación, a las implicaciones clínicas y al impacto sobre la salud pública, en junio del año 2020 la OMS estableció un grupo de trabajo centrado en la evolución viral y determinaron 4 agrupaciones (WHO, 2023; CDC, 2023):
    • Variantes de preocupación (variants of concern, VOC).
    • Variantes de gran consecuencia (VOHC).
    • Variantes bajo monitoreo (VBM).
    • Variantes de interés (VOI).
    Las variantes clasificadas como variantes bajo monitoreo (VBM) incluyen aquellas que tienen un impacto potencial, pero que circulan en niveles bajos. No representan un riesgo significativo e inminente para la salud pública (CDC, 2023).

    Las variantes de interés (VOI) son aquellas que pueden generar alteraciones a cualquier nivel de la cadena, pero que no llegan a tener una gran propagación. Actualmente ninguna variante del SARS-CoV-2 está designada como variante de interés.

    Desde 2022 las variantes de Ómicron (B.1.1.529) y sus sublinajes se han convertido en las cepas predominantes a escala mundial. Las variantes que en su momento fueron variantes de preocupación no llegaron a convertirse en cepas dominantes como Alfa (B.1.1.7), Beta (B.1.351), Gamma (P.1) y Delta (B.1.617.2) (CCAES, 2023).

    Varios sublinajes de Ómicron han demostrado una ventaja de replicación, así como una evasión a la neutralización de los anticuerpos, inducida tanto por las infecciones previas como por la vacunación, respecto a la variante Delta, que fue la cepa más prevalente hasta entonces. Además, parece provocar una enfermedad de menor gravedad y mortalidad que las anteriores variantes (Wang Q, 2022).

    ¿Cómo se manifiesta clínicamente?


    El periodo de incubación habitual de la enfermedad es entre 4 y 6 días, con un máximo de 14 días. Se ha observado un periodo de incubación menor para la variante Ómicron, con un inicio de los síntomas a los 3 días (Wu Y, 2022). El SARS-CoV-2 se presenta habitualmente como una infección respiratoria aguda.

    Las manifestaciones clínicas para la infección por SASRS-CoV-2 varían desde asintomáticas, presintomáticas (aquellas que no presentan síntomas en el momento del diagnóstico pero que los desarrollan con posterioridad) y sintomáticas, con gran variabilidad entre estas últimos, desde síntomas leves a críticos y mortales.

    Se estima que un 33% de las infecciones son asintomáticas. A pesar de no presentar ningún tipo de sintomatología, los pacientes pueden presentar alteraciones clínicas objetivas en pruebas radiológicas. El riesgo de evolucionar a un estado sintomático aumenta con la edad y el rango de tiempo en el que pueden aparecer a partir de una prueba diagnóstica positiva, es de entre 2 o 3 a 7 días.

    En un estado de enfermedad leve aparecen con mayor frecuencia tos, fatiga, fiebre, mialgias y dolor de cabeza (CDC, 2021). El dolor de garganta, la rinorrea y la clínica gastrointestinal (náuseas, vómitos, diarrea) son también comunes. La anosmia y disgeusia son habituales y características de la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, no hay ningún síntoma específico que permita confirmar o descartar la enfermedad.

    Se estima una tasa de coinfección bacteriana en el momento del diagnóstico del 8% y de infecciones secundarias de un 12-20%, entre las que destacan la sobreinfección por virus, siendo el más frecuente el virus de Epstein-Barr (Kurra N, 2022).

    La progresión hacia una enfermedad grave suele ocurrir en una semana aproximadamente. Se define como enfermedad grave aquella que requiere para su control un ingreso hospitalario, un ingreso en la unidad de cuidados intensivos (UCI), hipoxemia o la necesidad de un soporte ventilatorio (CDC, 2021).

    Los pacientes pueden evolucionar hacia un síndrome de distrés respiratorio agudo con hipoxia secundaria e incluso llegar a niveles críticos presentando insuficiencia respiratoria, shock o fallo multiorgánico (CDC, 2021). Otras complicaciones posibles son las cardiovasculares (arritmias, insuficiencia o lesión miocárdica), neurológicas (encefalopatía, mareo), tromboembólicas, inflamatorias como el síndrome de Guillain-Barré, etc.

    Se han identificado factores de riesgo que predisponen a presentar una enfermedad grave (CDC, 2022):
    • Edad: es el factor de riesgo más importante. Ningún grupo de edad está exento de contraer la enfermedad. Sin embargo, a medida que se avanza en número de años hay más riesgo de contraer la enfermedad y de que esta sea más letal, especialmente a partir de los 65 años.
    • Comorbilidades: existe también una relación bien estudiada entre las patologías subyacentes con desarrollar una enfermedad grave, así como complicaciones o incluso la muerte. Los CDC han enumerado las principales enfermedades asociadas a un peor pronóstico: cáncer, enfermedad cerebrovascular, enfermedad renal crónica, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, asma, diabetes mellitus tipos 1 y 2, hipertensión arterial, afectaciones cardiacas, hepatopatía, inmunodeficiencias, tabaquismo, obesidad y embarazo.
    • Sexo: los hombres tienen más riesgo que las mujeres.
    La tasa de letalidad tiene una gran variabilidad, dependiendo de la población estudiada, de la fecha en la que se realizó el estudio y del denominador utilizado. Va desde un 2,3% inicial a menos del 0,5% actual (Wu Z, 2020; Levin AT, 2020; Meyerowitz-Katz G, 2020).

    La tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados se sitúa alrededor del 4%. Con el curso de la pandemia las tasas de mortalidad hospitalaria han ido disminuyendo, independientemente del estado basal del paciente (Anesi GL, 2021). En entornos con escasez de recursos la mortalidad es mayor, tanto por las enfermedades subyacentes como por la falta de medios (ACCCOS, 2021).

    ¿Cómo se previene?


    Existen medidas preventivas generales de salud pública que consisten en:
    • Uso de mascarilla facial: existe una asociación clara entre su uso y la reducción de la COVID-19. Dependiendo del nivel de transmisión y la tasa de vacunación local, las indicaciones sobre el uso de la mascarilla facial pueden variar. El principal objetivo es frenar las secreciones y la posible transmisión entre personas (CDC, 2023).
    • Distanciamiento: se recomienda mantener una distancia entre personas, tanto en espacios interiores como exteriores, para disminuir el contacto cercano con una posible persona infectada. Los CDC aconsejan una separación mínima de 2 metros. Sin embargo, la OMS sugiere que 1 metro sería suficiente.
    • Lavado de manos: realizar con esmero una buena higiene de manos tras tocar superficies y con una solución que contenga al menos un 60% de alcohol reduce e inactiva al virus en la piel en 15 segundos. El SARS-CoV-2 puede permanecer hasta 9 horas en la piel si no se realiza una desinfección adecuada (Hirose R, 2021).
    • Ventilación: asegurar una buena ventilación del aire en los espacios cerrados e interiores reduce significativamente el número de partículas infecciosas y, por tanto, conlleva un menor riesgo de transmisión. Además, tiene beneficios adicionales, como la reducción de infecciones por otros virus respiratorios, alergias y síndrome del edifico enfermo (Tang JW, 2021).
    • Vacunas: la rapidez del desarrollo de las vacunas se debe en parte al descubrimiento de las que utilizan el ARN mensajero (ARNm). Este ARNm tiene instrucciones para producir una proteína de superficie que el virus SARS-CoV-2 utiliza para entrar en las células. Tras la inyección de la vacuna, algunas células leen las instrucciones del ARNm y producen temporalmente la proteína de pico. El sistema inmunitario de la persona receptora, tras reconocer esta proteína como extraña, produce anticuerpos y activa los linfocitos T, lo que la protegerá cuando entre en contacto con el virus SARS-CoV-2. La partícula de ARNm es posteriormente degradada y eliminada por enzimas. En este proceso no está involucrado ningún virus vivo ni material genético que altere el núcleo de las células.
    La única contraindicación para la administración de la vacuna es la reacción alérgica, de cualquier grado de gravedad, a la vacuna o a alguno de sus componentes (CDC, 2021).

    Teniendo en cuenta los estudios y seguimiento realizados hasta ahora, estas vacunas son muy seguras. Entre los efectos adversos conocidos destaca, por su gravedad, un aumento de las tasas de eventos tromboembólicos venosos, incluida la trombosis venosa cerebral, por el desarrollo del síndrome de trombocitopenia inmunitaria protrombótica inducida por vacuna (VIPIT), entre los receptores de Ad26.COV2.S (Janssen) y especialmente ChAdOx1-S (AstraZeneca). También se han descrito casos de miocarditis y pericarditis en varones jóvenes tras recibir vacunas de ARNm y Nuvavax (Gargano JW, 2021; FDA, 2022).

    Se habla de una posible asociación entre las vacunas de vector de adenovirus (Janssen, AstraZeneca) y el síndrome de Guillain-Barré (EMA, 2021), además de haber sido identificado en el contexto de infección por COVID-19. Sin embargo, los riesgos absolutos de estos eventos fueron pequeños y los hallazgos deben interpretarse a la luz de los efectos beneficiosos probados de la vacuna (Pottegård A, 2021). Por otro lado, con las vacunas basadas en ARNm se han declarado casos muy raros de anafilaxia, entre 2,5 y 4,7 casos por millón de personas (Shimabukuro TT, 2021).

    En la tabla 1 puede verse un resumen de la situación en el momento de la publicación de las principales vacunas occidentales (Creech CB, 2021; EMA, 2021).

    Tabla 1. Situación de las principales vacunas occidentales contra la COVID-19.
    Nombre Situación en Europa Indicación y dosis Tipo Información técnica Conservación
    Comirnaty (BioNTech y Pfizer) Autorización de comercialización
    condicional.
    6 meses a 4 años: 3 dosis.

    5 a 11 años: 2 dosis + refuerzo si hay inmunosupresión.

    >12 años: 2 dosis con intervalo entre 3-4 semanas.
    ARN mensajero. EMA Transporte a menos 75 °C.

    Vida útil de 30 días
    entre 2 y 8 ºC.
    Spikevax (COVID-19 Vaccine Moderna) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 6 meses: 2 dosis con intervalo entre 4-8 semanas + refuerzo si hay inmunosupresión. ARN mensajero. EMA Transporte a menos 20 °C.

    Vida útil de 30 días entre 2 y 8 ºC.
    Vaxzevria
    (AstraZeneca, en colaboración con la Universidad de Oxford)
    Autorización de comercialización
    condicional.
    Dos dosis con hasta 12 semanas de diferencia. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Jcovden (Janssen/Johnson & Johnson) Autorización de comercialización
    condicional.
    Una única dosis en personas ≥18 años. Vectorizada por adenovirus. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.
    Nuvaxovid (Nuvavax, NVX-CoV2373) Autorización de comercialización
    condicional.
    A partir de los 12 años: 2 dosis con al menos con 8 semanas de intervalo. Proteína recombinante adyuvada. EMA Transporte y almacenamiento entre 2 y 8 °C.

    Se debe esperar al menos entre 3 y 5 meses para administrar dosis de recuerdo tras una infección reciente (CDC, 2023).

    Las vacunas son altamente efectivas, disminuyen el riesgo de infección por SARS-CoV2 y, en especial, la enfermedad moderada/grave, reduciendo el ingreso hospitalario y la morbimortalidad asociada (Thompson MG, 2021; Havers FP, 2022).

    En personas de 5 o más años la FDA y los CDC recomiendan, debido a la atenuación del efecto y a la aparición de nuevas variantes, una dosis de refuerzo con una de las vacunas bivalentes de ARNm (Comirnaty bivalent y Spikevax bivalent) al menos 2 meses después de la última dosis de la primovacunación. Las vacunas de ARNm (Comirnaty y Spikevax) monovalentes ya no están autorizadas como dosis de refuerzo (FDA, 2022).

    ¿Cómo se diagnostica?


    El proceso diagnóstico debe basarse en factores clínicos o epidemiológicos, y vincularse a una evaluación de la probabilidad de infección con protocolos adaptados a la situación local. Si el manejo del caso lo requiere, deben realizarse pruebas para detectar otros patógenos respiratorios, sin retrasar las pruebas para COVID-19, que deben realizarse siempre, aunque se encuentre otro patógeno respiratorio que pudiera justificar la sintomatología (WHO, 2020).

    Existen dos tipos de pruebas de utilidad diagnóstica: las basadas en la detección del virus (ARN o antígeno viral) y las basadas en la detección de anticuerpos (IgM o IgG) frente al virus.

    La prueba de amplificación de ácido nucleico a través de la reacción en cadena de la polimerasa con transcriptasa inversa (RT- PCR) es la prueba más utilizada para el diagnóstico de infección aguda por SARS-CoV-2, tiene una alta especificidad y sensibilidad, considerándose el “patrón de oro” (CDC, 2021). Alcanza su punto máximo de utilidad dentro de la primera semana de aparición de los síntomas y un resultado positivo confirma el diagnóstico (CDC, 2021). Normalmente se realiza con hisopo sobre muestra nasofaríngea, ya que tiene mayor sensibilidad que sobre garganta. Puede detectar casos aún en fase asintomática, pues los valores del umbral del ciclo de prueba (Ct) de la RT-PCR indicaron grandes cantidades de ARN viral en residentes asintomáticos, presintomáticos y sintomáticos, lo que sugiere la posibilidad de transmisión independientemente de los síntomas (Kimball A, 2020). El porcentaje de falsos negativos oscila entre un 5 y un 40%, por lo que si existe una alta sospecha clínica la prueba debe repetirse (Cheng MP, 2020).

    Otra prueba diagnóstica para identificar infección aguda son las pruebas de antígenos virales, con menor sensibilidad que la RT-PCR, pero más económicas, más rápidas (resultado en 15 minutos), más accesibles y de gran ayuda cuando no se dispone de PCR o se necesita un diagnóstico rápido. También se realizan con hisopo sobre muestra nasofaríngea. Se deben llevar a cabo en pacientes sintomáticos, durante la primera semana, cuando la carga viral es más alta. Si se obtiene un resultado negativo, la repetición de la prueba con un intervalo de al menos 48 horas (pruebas seriadas) mejora el rendimiento diagnóstico (CDC, 2022).

    La prueba de anticuerpos busca la presencia de proteínas específicas producidas en respuesta a la infección (IgM e IgG) a través de una muestra sanguínea. Está indicada para detectar infección previa o reciente, pero no aguda. La IgM puede encontrarse positiva a partir del quinto día tras inicio de los síntomas, obteniéndose en un 75% a partir de los 21 días. La seroconversión de IgM a IgG suele procesarse entre la tercera y cuarta semana (Guo L, 2020). Todavía se desconoce el tiempo exacto de inmunidad que confiere y los datos varían según el ensayo. Sin embargo, se piensa que la respuesta de los anticuerpos tras una infección es más sólida y duradera si se ha padecido una enfermedad grave frente a una enfermedad leve (CDC, 2022). Se habla de la persistencia de anticuerpos de hasta 8 meses tras la infección por SARS-CoV-2 y, como mínimo, de una duración de al menos 120 días (Dan JM, 2021; Arkhipova-Jenkins I, 2021).

    En las personas vacunadas las pruebas de detección viral deben interpretarse de la misma manera que en personas no vacunadas. Los resultados positivos no deben atribuirse a la vacuna.

    La vacunas autorizadas en Europa generan anticuerpos contra la proteína S (spike). Haber contraído una infección por SARS-CoV-2 induce una respuesta inmunitaria contra la proteína N (nucleocápside). Algunas pruebas serológicas detectan anticuerpos contra la proteína S, por lo que no se podría distinguir entre una infección o vacunación previas o ambas. Sin embargo, si la prueba serológica es reactiva frente a la proteína de la nucleocápside sugiere un antecedente de infección independientemente del estado de vacunación (CDC, 2022; Follmann D, 2022).

    No se recomienda realizar pruebas serológicas para la evaluación de la inmunidad tras la vacunación ni para evaluar la necesidad de la misma (CDC, 2022).

    ¿Cómo se trata?


    Tratamiento ambulatorio

    El objetivo principal en la evaluación del paciente con sospecha o confirmación de infección por SARS-CoV-2 es determinar el riesgo tanto de progresión a enfermedad grave como de la severidad de la sintomatología. Se recomienda una terapia específica ambulatoria para la COVID-19 en aquellos pacientes sintomáticos que cumplan los siguientes preceptos:
    • Edad avanzada: ≥65 años, independientemente del estado de vacunación, o ≥50 años no vacunados.
    • Adultos de cualquier edad con múltiples factores de riesgo de enfermedad grave, independientemente del estado de vacunación.
    • Pacientes con estado inmunitario deficiente, de moderado a grave (pueden presentar una respuesta subóptima a la vacunación).
    Los CDC ponen el umbral de edad para un mayor riesgo de enfermedad por la COVID-19 grave en los 50 años. Sin embargo, el riesgo de hospitalización grave y muerte no aumenta considerablemente hasta después de los 65 años y, en especial, hasta después de los 75 años (Arbel R, 2022).

    El tratamiento preferido en el ámbito ambulatorio es nirmatrelvir-ritonavir (Paxlovid). Ambos fármacos son inhibidores de la proteasa: el nirmatrelvir bloquea la actividad de la proteasa SARS-CoV-2-3CL, enzima indispensable para la replicación viral y el ritonavir enlentece el metabolismo del nirmatrelvir y así permanece activo durante más tiempo. Se cree que la combinación conserva actividad frente las subvariantes de Ómicron (Takashita E, 2022).

    Requiere validación farmacéutica y debe iniciarse dentro de los 5 primeros días del comienzo de la clínica. Precisa ajuste de dosis en insuficiencia renal, está contraindicado en pacientes con un filtrado glomerular estimado (FGE) <30 ml/min y en insuficiencia hepática grave (Child-Pugh clase C).

    El respaldo para el uso de este fármaco proviene de varios ensayos clínicos aleatorizados en pacientes ambulatorios sintomáticos, los cuales mostraron que reducía de manera significativa el riesgo de hospitalización y muerte (Hammond J, 2022; Dryden-Peterson S, 2023; Schwartz KL, 2023).

    Tratamiento hospitalario

    En el ámbito hospitalario se recomienda la tromboprofilaxis farmacológica con heparinas de bajo peso molecular, pues se ha demostrado el aumento del riesgo trombótico en los pacientes ingresados (Mansory EM, 2021). En el contexto de trombocitopenia inducida por heparina se recomienda fondaparinux (Baumann Kreuziger L, 2020).

    Se recomienda el uso de dexametasona en los pacientes hospitalizados que precisan oxígeno suplementario o soporte ventilatorio. El uso de otros corticoides a dosis equivalentes es razonable, aunque carece de un respaldo sólido (NIH, 2021). Se asocia a una menor mortalidad por todas las causas a los 28 días, por lo que se emplea en la enfermedad grave por SARS-CoV-2, pero no para el tratamiento de la enfermedad leve (Lamontagne F, 2020).

    El tocilizumab, anti-receptor de la interleucina-6, puede ser útil en combinación con dexametasona en algunos pacientes hospitalizados que necesitan oxígeno a alto flujo o presentan una descompensación respiratoria rápida (NIH, 2021). Reduce la mortalidad por todas las causas a los 28 días en comparación con la atención estándar sola, aunque probablemente tenga poco o ningún efecto sobre la mejoría clínica (Ghosn L, 2021; REMAP-CAP Investigators, 2021).

    El remdesivir, análogo de nucleótidos, tiene actividad in vitro contra el SARS-CoV-2, pero su papel en la práctica clínica todavía es dudoso. Si bien parece superior a placebo a la hora de acortar el tiempo de recuperación, no se han encontrado diferencias estadísticamente significativas en la reducción de la mortalidad ni en la necesidad de ventilación mecánica (Lamontagne F, 2020; NIH, 2021; WHO, 2020). La Agencia Europea del Medicamento (EMA) autorizó su uso en pacientes COVID-19 con neumonía que requieren oxígeno suplementario (EMA, 2020).

    Otros tratamientos

    El tratamiento con plasma convaleciente es una opción alternativa para aquellos pacientes sintomáticos (sobre todo con inmunosupresión) con riesgo de evolución a enfermedad grave y en los que nirmatrelvir-ritonavir no esté disponible o no sea adecuado. Hay estudios comparativos con placebo en los que se demuestra una tasa menor de hospitalización. Debe existir siempre un alto título de anticuerpos y administrarse en los 8 primeros días de la enfermedad (Estcourt LJ, 2022; Levine AC, 2023).

    El molnupiravir, los glucocorticoides inhalados, los anticuerpos monoclonales (bebtelovimab, sotrovimab, etc.) y el interferón gamma pegilado son tratamientos cuyo beneficio es limitado e incierto (Jagannathan P, 2021).

    El tratamiento con fluvoxamina, colchicina, metformina, azitromicina u otro tipo de antibioterapia, corticoides sistémicos en paciente ambulatorio, ivermectina, hidroxicloroquina y vitamina D no se asoció a una mayor supervivencia ni otros resultados clínicos positivos (WHO, 2021; NICE, 2020).

    No existe evidencia para evitar el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE) cuando estén clínicamente indicados (EMA, 2020).

    Inicialmente, algunos estudios generaron dudas sobre la seguridad de continuar con tratamientos crónicos como IECA, ARA II, estatinas y aspirina en pacientes con enfermedad por SARS-CoV-2. Actualmente se consideran fármacos seguros (Lee WH, 2021).

    Vitamina D y COVID-19

    Actualmente las guías no recomiendan el suplemento de vitamina D ni de manera preventiva ni terapéutica para el tratamiento de la infección por COVID-19 (NICE, 2020).

    Situaciones especiales


    Niños

    Los niños pueden contraer la enfermedad por COVID-19 a cualquier edad, aumentando su incidencia con los años (Leidman E, 2021).

    Los niños de todas las edades pueden transmitir el virus con prácticamente la misma tasa de eficacia que los adultos, tanto en el hogar como en la comunidad (Bhatt M, 2022).

    Se ha demostrado que el riesgo de infección en los centros educativos no es alto si están presentes las estrategias preventivas de distanciamiento, uso de mascarilla y ventilación (Doyle T, 2021).

    La mayoría de los niños presentan una enfermedad por SARS-CoV-2 más leve que los adultos, pero se han reportado algunos casos de enfermedad grave con necesidad de hospitalización e ingreso en la unidad de cuidados intensivos, sobre todo en aquellos que presentan comorbilidades subyacentes (Havers FP, 2021).

    Embarazo y lactancia

    Estar embarazada no implica una mayor susceptibilidad de contraer la infección por SARS-CoV-2. Sin embargo, la gestación está asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y muerte, comparado con mujeres no embarazadas de la misma edad (Allotey J, 2020). Además, una edad ≥35 años, la obesidad, la hipertensión arterial, la diabetes o alguna otra comorbilidad son factores determinantes para un peor desenlace. No obstante, más del 90% de las embarazadas infectadas se recuperan sin necesidad de hospitalización (Karimi L, 2021). Los principales diagnósticos diferenciales son el síndrome HELLP y otras infecciones respiratorias virales o bacterianas (Allotey J, 2020).

    Se ha notificado que las gestantes infectadas tienen 62% más probabilidades de desarrollar preeclampsia (Conde-Agudelo A, 2022). Existe una relación entre enfermedad grave o crítica por COVID-19 y un mayor riesgo de cesárea y/o prematuridad (Smith ER, 2023).

    La principal vía de transmisión a los recién nacidos sigue siendo a través de gotas respiratorias durante el período posnatal. La vía de transmisión vertical (intrauterina, intraparto o periparto) ha sido documentada, pero su evidencia todavía es muy limitada, estimando que el riesgo es muy bajo (CDC, 2020). El riesgo de transmisión a través de la leche materna es bajo, pero se necesitan más estudios para su confirmación. No existe contraindicación de la lactancia para madres infectadas por COVID-19 (WHO, 2020).

    Las principales organizaciones sanitarias instan a la vacunación contra el SARS-CoV-2 con vacunas ARNm (Comirnaty y Spikevax) en todas las embarazadas en cualquier trimestre de la gestación, así como de las mujeres lactantes (FDA, 2021; EUA, 2021). Los anticuerpos maternos atraviesan la placenta y traspasan la leche materna confiriendo inmunidad en los recién nacidos (Young BE, 2022).

    COVID persistente

    Se habla de COVID persistente cuando siguen existiendo signos o síntomas pasadas 4 semanas o más tras la infección aguda, pudiendo existir una mejoría clínica inicial. A este cuadro también se le conoce como COVID-19 postagudo, efectos a largo plazo del COVID, COVID crónico, COVID de larga duración o síndrome post-COVID entre otros. No existen criterios clínicos ampliamente aceptados para el diagnóstico, pero sí una nueva codificación en la Clasificacion Internacional de Enfermedades (ICD-10) para condiciones post-COVID no especificadas (U09.9) (CDC, 2021).

    La prevalencia exacta de la COVID persistente es incierta debido a los diferente análisis estadísticos y variación en sus definiciones. Sin embargo, se estima que a los 3 meses tras una infección por SARS-CoV-2 el 6,2% de las personas todavía presenta algún síntoma (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    El tiempo de recuperación es muy variable y depende fundamentalmente de factores de riesgo como la edad, el estado de vacunación, las comorbilidades preexistentes y la gravedad de la infección. Se ha descrito una duración prolongada de la sintomatología de 9 meses en personas hospitalizadas y de 4 meses en pacientes ambulatorios. En adultos ≥20 años las mujeres presentaron más probabilidad de tener clínica prolongada de COVID frente a los hombres: 10,6% frente a 5,4% (Global Burden of Disease Long COVID Collaborators, 2022).

    Incluye una amplia gama de síntomas, tanto físicos como psicológicos y cognitivos, que influyen en la calidad de vida del paciente. La fatiga fue el síntoma más comúnmente identificado.

    Los síntomas respiratorios son los que más se describen: fatiga (15-87%), disnea (10-71%), dolor torácico (12-44%), tos crónica (17-36%) y anosmia (10-13%) (Heesakkers H, 2022). No son desdeñables las alteraciones psiquiátricas como la ansiedad o la depresión (22-23%), el trastorno de estrés postraumático (7-24%) y, a nivel cognitivo, las alteraciones en la memoria (21-28%) y la pérdida de concentración (16%) (Del Brutto OH, 2021; COMEBAC Study Group, 2021). Algún estudio apunta sobre posibles secuelas cardiovasculares (Ramadan MS, 2021).

    Al tener la capacidad de producir una respuesta sistémica inflamatoria, la afectación multiorgánica hace que los estudios sean muy heterogéneos y disminuya la solidez de los mismos. Se necesita un seguimiento longitudinal de las posibles huellas post-COVID (CDC, 2022).

    Reinfección

    El riesgo de reinfección durante los 6-7 meses posteriores a la primoinfección por SARS-CoV-2 es bajo. Se estima que haber padecido la enfermedad reduce el riesgo entre un 80-85% (Hansen CH, 2021). Sin embargo, el riesgo aumenta si la variante de reinfección es Ómicron (Altarawneh HN, 2022)

    No se conoce con exactitud el grado de inmunidad que confiere una primera infección. Se han reportado casos esporádicos de reinfección confirmada con una clínica más leve que la primera. Por otra parte, se han documentado otros casos en pacientes inmunodeprimidos en los que la segunda infección ha sido mortal (Selhorst P, 2021).

    El diagnóstico de una posible reinfección es un reto y no es suficiente con una prueba RT-PCR. Dada la posibilidad de diseminación respiratoria prolongada del virus, se podría obtener una prueba de RT-PCR positiva repetidamente en un paciente recuperado que no tiene por qué entenderse como reinfección, y por tanto, se prefiere añadir una prueba de antígenos virales. La eliminación del ARN tiene una duración muy variable y aumenta con la edad y gravedad de la enfermedad (Fontana LM, 2021).

    Los CDC sugieren que se investigue la posibilidad de una reinfección con pruebas filogenéticas si el paciente presenta una RT-PCR positiva tras 3 meses de la primoinfección o bien una prueba positiva repetida entre 1,5 y 3 meses, y que además se acompañe de síntomas (CDC, 2021).

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    Más en la red

    Autores

    • Rocío Fernández-Montells Rodríguez
    Médico Residente de Medicina Familiar y Comunitaria
    • Ángel Núñez Vázquez
    Médico Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria
    Servicio de Atención Primaria de San José. Servizo Galego de Saúde. A Coruña. España.
    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.
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