El trastorno del espectro autista (TEA), también conocido como autismo, es una afección de por vida que se considera cada vez más como un ejemplo de variación neurológica y cognitiva entre las personas (BMJ Best Practice, 2022). Es altamente heterogéneo tanto en su severidad y etiología como en la manifestación y evolución de la sintomatología durante los diferentes niveles del desarrollo de la persona (Hayes J, 2018). Aunque históricamente se ha relacionado con discapacidades y desafíos cotidianos, también puede estar asociado a onsiderables fortalezas y talentos cognitivos (National Autistic Society, 2020).

La aparición de los primeros síntomas de TEA ocurre alrededor de los 3 años, aunque algunos síntomas pueden no aparecer hasta la edad escolar o a una edad más tardía (Lyall K, 2017). En ocasiones hay una regresión evolutiva (pérdida clínicamente significativa de habilidades sociales y comunicativas previamente adquiridas) entre los 15 y 30 meses de edad (Barger BD, 2013).

El TEA tiene un impacto muy importante en la autonomía y en el desarrollo vital de las personas afectadas y de sus padres o cuidadores. Se estima que afecta a entre el 1 y 2% de la población general (Barger BD, 2013), con una relación hombre/mujer de 3/1 (Loomes R, 2017).

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