Fisterra

    Persona mayor frágil: detección y manejo en atención primaria

    ¿De qué hablamos?


    La funcionalidad es la capacidad que tienen las personas para desenvolverse y realizar autónomamente actividades de la vida diaria (AVD), permitiendo ser y hacer lo que desean, y es el resultado de una compleja interacción entre la capacidad intrínseca del individuo (factores genéticos, característicaspersonales y de salud) y el entorno donde vive. La fragilidad es un estado previo a la discapacidad o en sus estadios más incipientes (Hoogendijk EO, 2019) que se puede detectar precozmente y es potencialmente evitable, reversible o de curso modificable, ofreciendo la oportunidad para intervenciones preventivas de mayor impacto, acorde a la estrategia global de promover un envejecimiento activo y aumentar la “esperanza de vida libre de discapacidad”.

    Siguiendo a la OMS, se define como un estado clínicamente reconocible, en el que se ve comprometida la capacidad para hacer frente a factores estresantes cotidianos o agudos, por una mayor vulnerabilidad provocada por la disminución, asociada a la edad, en la reserva fisiológica y la función en múltiples órganos y sistemas. La fragilidad se asocia a un mayor riesgo de resultados adversos en salud (Junius-Walker U, 2018) y progresión a discapacidad en actividades básicas de la vida diaria -ABVD- (odds ratio -OR- 2,8), caídas (OR 1,7), hospitalización (OR 1,9), institucionalización (OR 5,8) y muerte (OR 2); así como a una mala calidad de vida e incremento del doble en los costes sanitarios y de los costes totales, que pueden llegar a multiplicarse por 6 (Kojima G, 2017).

    La fragilidad es mejor predictor de resultados negativos en salud que la multimorbilidad y el mejor predictor de capacidad funcional (Rodríguez Laso A, 2019). La prevalencia estimada a nivel poblacional global en España es del 19% (en atención primaria hasta un 29%, en residencias hasta un 69%). En el entorno comunitario a nivel europeo está en un rango variable de 4 a 27%, según los estudios y criterios empleados, en atención primaria del 12% y en residencias del 45%. Es más común a mayor edad, en mujeres y en grupos de menor nivel educativo o de ingresos bajos (O’Caoimh R, 2018).

    Aunque la etiopatogenia de la fragilidad no está bien establecida, es multicausal y multidimensional, interviniendo diversos órganos y sistemas (nervioso, endocrino, inmunitario y músculoesquelético) (Clegg A, 2013). Es un síndrome biológico claramente relacionado con el proceso de envejecimiento y la manera diferencial que tenemos de envejecer los humanos. Cada vez hay más evidencias de su origen multifactorial con una susceptibilidad genética, sobre la que factores epigenéticos, moleculares y celulares interactúan modulados por la carga de enfermedad, los estilos de vida (nutrición, ejercicio, actividad física, vacunaciones), los fármacos y el ambiente, para determinar una susceptibilidad a noxas externas que favorecen la aparición de declive funcional, discapacidad, hospitalización, institucionalización y, en último caso, muerte.

    La atención primaria (AP) es el medio asistencial idóneo para detectar y manejar la fragilidad, incluyendo la prevención y su tratamiento (ADVANTAGE, 2019; Documento de consenso del SNS, 2014).

    ¿De qué herramientas diagnósticas disponemos?

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    ¿Cómo diagnosticar la fragilidad en la clínica?

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    ¿Cómo se trata?

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    Bibliografía

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    Autores

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    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

    Persona mayor frágil: detección y manejo en atención primaria

    Fecha de revisión: 04/09/2020
    • Guía
    Índice de contenidos

    ¿De qué hablamos?


    La funcionalidad es la capacidad que tienen las personas para desenvolverse y realizar autónomamente actividades de la vida diaria (AVD), permitiendo ser y hacer lo que desean, y es el resultado de una compleja interacción entre la capacidad intrínseca del individuo (factores genéticos, característicaspersonales y de salud) y el entorno donde vive. La fragilidad es un estado previo a la discapacidad o en sus estadios más incipientes (Hoogendijk EO, 2019) que se puede detectar precozmente y es potencialmente evitable, reversible o de curso modificable, ofreciendo la oportunidad para intervenciones preventivas de mayor impacto, acorde a la estrategia global de promover un envejecimiento activo y aumentar la “esperanza de vida libre de discapacidad”.

    Siguiendo a la OMS, se define como un estado clínicamente reconocible, en el que se ve comprometida la capacidad para hacer frente a factores estresantes cotidianos o agudos, por una mayor vulnerabilidad provocada por la disminución, asociada a la edad, en la reserva fisiológica y la función en múltiples órganos y sistemas. La fragilidad se asocia a un mayor riesgo de resultados adversos en salud (Junius-Walker U, 2018) y progresión a discapacidad en actividades básicas de la vida diaria -ABVD- (odds ratio -OR- 2,8), caídas (OR 1,7), hospitalización (OR 1,9), institucionalización (OR 5,8) y muerte (OR 2); así como a una mala calidad de vida e incremento del doble en los costes sanitarios y de los costes totales, que pueden llegar a multiplicarse por 6 (Kojima G, 2017).

    La fragilidad es mejor predictor de resultados negativos en salud que la multimorbilidad y el mejor predictor de capacidad funcional (Rodríguez Laso A, 2019). La prevalencia estimada a nivel poblacional global en España es del 19% (en atención primaria hasta un 29%, en residencias hasta un 69%). En el entorno comunitario a nivel europeo está en un rango variable de 4 a 27%, según los estudios y criterios empleados, en atención primaria del 12% y en residencias del 45%. Es más común a mayor edad, en mujeres y en grupos de menor nivel educativo o de ingresos bajos (O’Caoimh R, 2018).

    Aunque la etiopatogenia de la fragilidad no está bien establecida, es multicausal y multidimensional, interviniendo diversos órganos y sistemas (nervioso, endocrino, inmunitario y músculoesquelético) (Clegg A, 2013). Es un síndrome biológico claramente relacionado con el proceso de envejecimiento y la manera diferencial que tenemos de envejecer los humanos. Cada vez hay más evidencias de su origen multifactorial con una susceptibilidad genética, sobre la que factores epigenéticos, moleculares y celulares interactúan modulados por la carga de enfermedad, los estilos de vida (nutrición, ejercicio, actividad física, vacunaciones), los fármacos y el ambiente, para determinar una susceptibilidad a noxas externas que favorecen la aparición de declive funcional, discapacidad, hospitalización, institucionalización y, en último caso, muerte.

    La atención primaria (AP) es el medio asistencial idóneo para detectar y manejar la fragilidad, incluyendo la prevención y su tratamiento (ADVANTAGE, 2019; Documento de consenso del SNS, 2014).

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    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

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    ¿De qué hablamos?


    La funcionalidad es la capacidad que tienen las personas para desenvolverse y realizar autónomamente actividades de la vida diaria (AVD), permitiendo ser y hacer lo que desean, y es el resultado de una compleja interacción entre la capacidad intrínseca del individuo (factores genéticos, característicaspersonales y de salud) y el entorno donde vive. La fragilidad es un estado previo a la discapacidad o en sus estadios más incipientes (Hoogendijk EO, 2019) que se puede detectar precozmente y es potencialmente evitable, reversible o de curso modificable, ofreciendo la oportunidad para intervenciones preventivas de mayor impacto, acorde a la estrategia global de promover un envejecimiento activo y aumentar la “esperanza de vida libre de discapacidad”.

    Siguiendo a la OMS, se define como un estado clínicamente reconocible, en el que se ve comprometida la capacidad para hacer frente a factores estresantes cotidianos o agudos, por una mayor vulnerabilidad provocada por la disminución, asociada a la edad, en la reserva fisiológica y la función en múltiples órganos y sistemas. La fragilidad se asocia a un mayor riesgo de resultados adversos en salud (Junius-Walker U, 2018) y progresión a discapacidad en actividades básicas de la vida diaria -ABVD- (odds ratio -OR- 2,8), caídas (OR 1,7), hospitalización (OR 1,9), institucionalización (OR 5,8) y muerte (OR 2); así como a una mala calidad de vida e incremento del doble en los costes sanitarios y de los costes totales, que pueden llegar a multiplicarse por 6 (Kojima G, 2017).

    La fragilidad es mejor predictor de resultados negativos en salud que la multimorbilidad y el mejor predictor de capacidad funcional (Rodríguez Laso A, 2019). La prevalencia estimada a nivel poblacional global en España es del 19% (en atención primaria hasta un 29%, en residencias hasta un 69%). En el entorno comunitario a nivel europeo está en un rango variable de 4 a 27%, según los estudios y criterios empleados, en atención primaria del 12% y en residencias del 45%. Es más común a mayor edad, en mujeres y en grupos de menor nivel educativo o de ingresos bajos (O’Caoimh R, 2018).

    Aunque la etiopatogenia de la fragilidad no está bien establecida, es multicausal y multidimensional, interviniendo diversos órganos y sistemas (nervioso, endocrino, inmunitario y músculoesquelético) (Clegg A, 2013). Es un síndrome biológico claramente relacionado con el proceso de envejecimiento y la manera diferencial que tenemos de envejecer los humanos. Cada vez hay más evidencias de su origen multifactorial con una susceptibilidad genética, sobre la que factores epigenéticos, moleculares y celulares interactúan modulados por la carga de enfermedad, los estilos de vida (nutrición, ejercicio, actividad física, vacunaciones), los fármacos y el ambiente, para determinar una susceptibilidad a noxas externas que favorecen la aparición de declive funcional, discapacidad, hospitalización, institucionalización y, en último caso, muerte.

    La atención primaria (AP) es el medio asistencial idóneo para detectar y manejar la fragilidad, incluyendo la prevención y su tratamiento (ADVANTAGE, 2019; Documento de consenso del SNS, 2014).

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