Fisterra

    Información y cáncer

    La comunicación en medicina


    Uno de los valores profesionales de la especialidad de medicina familiar y comunitaria es el compromiso con las personas. Atender al conjunto de la persona (con sus creencias, valores, su contexto familiar, social, etc.) a lo largo de toda la vida son características esenciales del perfil profesional en medicina de familia.

    En el paradigma actual de la medicina centrada en el paciente, el modelo de interacción clínica propio es el de “la toma de decisiones compartida”, lo que implica tener en cuenta las expectativas del paciente, dar información si lo desean, conocer sus valores y preferencias, atender a sus emociones, etc. Los pacientes necesitan información por múltiples razones: poder asumir un rol más activo, afrontar la situación en mejores condiciones, tomar conciencia del pronóstico, comprender los procesos y colaborar en el autocuidado, para tener mayor responsabilidad, reducir la incertidumbre, compartir sus necesidades con familia, amigos, etc. (Costa Alcaraz AM, 2009).

    Además, desde una perspectiva ética o jurídica, la información es la manera de permitir al paciente que ejerza su derecho de autonomía, tal y como viene recogida en la Ley General de Sanidad de 1986 (LGS, 1986), y en el capítulo II de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica (Ley 41/2002).

    “Comunicar”, término procedente del latín communicare ("volver común", "compartir algo con alguien"), deriva de communis, un compuesto decum ("con") y munus ("carga"), o sea, "compartir una carga". El acto comunicativo puede definirse como un intercambio interactivo observable entre dos o más participantes, dotado de cierto grado de complicidad y de intencionalidad recíproca, que permite anunciar y compartir un determinado recorrido de significados sobre la base de sistemas convencionales de acuerdo con la cultura de referencia.

    En el acto comunicativo los componentes básicos son la escucha y la emisión de mensajes, que pueden ser tanto verbales como no verbales (Die Trill M, 2003). Para que la escucha produzca un efecto terapéutico tiene que ser: una escucha activa, atenta a los mensajes verbales y no verbales, a los pensamientos y sentimientos subyacentes, al grado de congruencia externa, etc. Además, mientras se escucha, se puede comunicar verbalmente para mostrar el grado de comprensión, para solicitarle que repita o clarifique algún aspecto de lo expresado, etc. Asimismo, mantener una postura abierta, relajada, demuestra que estamos interesados en ayudarle. En cuanto a la emisión de respuestas, se debe centrar en la parte más importante de la intervención del paciente, realizar resúmenes, reflejar las emociones del enfermo, o ampliar información a través de preguntas abiertas, etc. En este proceso bidireccional, los profesionales de la salud necesitan encontrar un equilibrio entre la entrega de información y la provisión de apoyo emocional.

    Los resultados de un acto comunicativo efectivo son múltiples: informativos, expresivos, instrumentales y relacionales (Anolli L, 2012; Cruzado JA, 2013).

    La acción comunicativa en el ámbito clínico reporta más beneficios, por ejemplo, está asociada a un diagnóstico más preciso, a un mejor control de síntomas, a una mayor adherencia al tratamiento y satisfacción con el cuidado. Además, genera expectativas positivas y más confianza en el profesional, menor ansiedad, mejor calidad de vida y, para el profesional sanitario, mayor eficiencia en la gestión del tiempo y se reduce el riesgo de síndrome de “burnout” (Hong YA, 2020).

    En cuanto a la comunicación perjudicial, o con efecto iatrogénico, los pacientes y los cuidadores indican que la falta de provisión de información adaptada (por ejemplo, dar excesiva información, poca o demasiado específica), la falta de toma de decisiones adaptada (desde la exclusión del paciente, hasta la responsabilidad del paciente, y/o rapidez en el proceso deliberativo), la sensación de no ser reconocido como persona (no sentirse escuchada en sus preocupaciones, ser visto como una enfermedad) y la irregularidad en la continuidad asistencial, o no ver respetados los acuerdos, etc., son los principales daños que pueden surgir (Westendorp J, 2023).

    La comunicación en el campo de la oncología

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    ¿Cómo transmitir malas noticias?

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    Bibliografía

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    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

    Información y cáncer

    Fecha de revisión: 10/06/2024
    • Guía
    Índice de contenidos

    La comunicación en medicina


    Uno de los valores profesionales de la especialidad de medicina familiar y comunitaria es el compromiso con las personas. Atender al conjunto de la persona (con sus creencias, valores, su contexto familiar, social, etc.) a lo largo de toda la vida son características esenciales del perfil profesional en medicina de familia.

    En el paradigma actual de la medicina centrada en el paciente, el modelo de interacción clínica propio es el de “la toma de decisiones compartida”, lo que implica tener en cuenta las expectativas del paciente, dar información si lo desean, conocer sus valores y preferencias, atender a sus emociones, etc. Los pacientes necesitan información por múltiples razones: poder asumir un rol más activo, afrontar la situación en mejores condiciones, tomar conciencia del pronóstico, comprender los procesos y colaborar en el autocuidado, para tener mayor responsabilidad, reducir la incertidumbre, compartir sus necesidades con familia, amigos, etc. (Costa Alcaraz AM, 2009).

    Además, desde una perspectiva ética o jurídica, la información es la manera de permitir al paciente que ejerza su derecho de autonomía, tal y como viene recogida en la Ley General de Sanidad de 1986 (LGS, 1986), y en el capítulo II de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica (Ley 41/2002).

    “Comunicar”, término procedente del latín communicare ("volver común", "compartir algo con alguien"), deriva de communis, un compuesto decum ("con") y munus ("carga"), o sea, "compartir una carga". El acto comunicativo puede definirse como un intercambio interactivo observable entre dos o más participantes, dotado de cierto grado de complicidad y de intencionalidad recíproca, que permite anunciar y compartir un determinado recorrido de significados sobre la base de sistemas convencionales de acuerdo con la cultura de referencia.

    En el acto comunicativo los componentes básicos son la escucha y la emisión de mensajes, que pueden ser tanto verbales como no verbales (Die Trill M, 2003). Para que la escucha produzca un efecto terapéutico tiene que ser: una escucha activa, atenta a los mensajes verbales y no verbales, a los pensamientos y sentimientos subyacentes, al grado de congruencia externa, etc. Además, mientras se escucha, se puede comunicar verbalmente para mostrar el grado de comprensión, para solicitarle que repita o clarifique algún aspecto de lo expresado, etc. Asimismo, mantener una postura abierta, relajada, demuestra que estamos interesados en ayudarle. En cuanto a la emisión de respuestas, se debe centrar en la parte más importante de la intervención del paciente, realizar resúmenes, reflejar las emociones del enfermo, o ampliar información a través de preguntas abiertas, etc. En este proceso bidireccional, los profesionales de la salud necesitan encontrar un equilibrio entre la entrega de información y la provisión de apoyo emocional.

    Los resultados de un acto comunicativo efectivo son múltiples: informativos, expresivos, instrumentales y relacionales (Anolli L, 2012; Cruzado JA, 2013).

    La acción comunicativa en el ámbito clínico reporta más beneficios, por ejemplo, está asociada a un diagnóstico más preciso, a un mejor control de síntomas, a una mayor adherencia al tratamiento y satisfacción con el cuidado. Además, genera expectativas positivas y más confianza en el profesional, menor ansiedad, mejor calidad de vida y, para el profesional sanitario, mayor eficiencia en la gestión del tiempo y se reduce el riesgo de síndrome de “burnout” (Hong YA, 2020).

    En cuanto a la comunicación perjudicial, o con efecto iatrogénico, los pacientes y los cuidadores indican que la falta de provisión de información adaptada (por ejemplo, dar excesiva información, poca o demasiado específica), la falta de toma de decisiones adaptada (desde la exclusión del paciente, hasta la responsabilidad del paciente, y/o rapidez en el proceso deliberativo), la sensación de no ser reconocido como persona (no sentirse escuchada en sus preocupaciones, ser visto como una enfermedad) y la irregularidad en la continuidad asistencial, o no ver respetados los acuerdos, etc., son los principales daños que pueden surgir (Westendorp J, 2023).

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    Uno de los valores profesionales de la especialidad de medicina familiar y comunitaria es el compromiso con las personas. Atender al conjunto de la persona (con sus creencias, valores, su contexto familiar, social, etc.) a lo largo de toda la vida son características esenciales del perfil profesional en medicina de familia.

    En el paradigma actual de la medicina centrada en el paciente, el modelo de interacción clínica propio es el de “la toma de decisiones compartida”, lo que implica tener en cuenta las expectativas del paciente, dar información si lo desean, conocer sus valores y preferencias, atender a sus emociones, etc. Los pacientes necesitan información por múltiples razones: poder asumir un rol más activo, afrontar la situación en mejores condiciones, tomar conciencia del pronóstico, comprender los procesos y colaborar en el autocuidado, para tener mayor responsabilidad, reducir la incertidumbre, compartir sus necesidades con familia, amigos, etc. (Costa Alcaraz AM, 2009).

    Además, desde una perspectiva ética o jurídica, la información es la manera de permitir al paciente que ejerza su derecho de autonomía, tal y como viene recogida en la Ley General de Sanidad de 1986 (LGS, 1986), y en el capítulo II de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica (Ley 41/2002).

    “Comunicar”, término procedente del latín communicare ("volver común", "compartir algo con alguien"), deriva de communis, un compuesto decum ("con") y munus ("carga"), o sea, "compartir una carga". El acto comunicativo puede definirse como un intercambio interactivo observable entre dos o más participantes, dotado de cierto grado de complicidad y de intencionalidad recíproca, que permite anunciar y compartir un determinado recorrido de significados sobre la base de sistemas convencionales de acuerdo con la cultura de referencia.

    En el acto comunicativo los componentes básicos son la escucha y la emisión de mensajes, que pueden ser tanto verbales como no verbales (Die Trill M, 2003). Para que la escucha produzca un efecto terapéutico tiene que ser: una escucha activa, atenta a los mensajes verbales y no verbales, a los pensamientos y sentimientos subyacentes, al grado de congruencia externa, etc. Además, mientras se escucha, se puede comunicar verbalmente para mostrar el grado de comprensión, para solicitarle que repita o clarifique algún aspecto de lo expresado, etc. Asimismo, mantener una postura abierta, relajada, demuestra que estamos interesados en ayudarle. En cuanto a la emisión de respuestas, se debe centrar en la parte más importante de la intervención del paciente, realizar resúmenes, reflejar las emociones del enfermo, o ampliar información a través de preguntas abiertas, etc. En este proceso bidireccional, los profesionales de la salud necesitan encontrar un equilibrio entre la entrega de información y la provisión de apoyo emocional.

    Los resultados de un acto comunicativo efectivo son múltiples: informativos, expresivos, instrumentales y relacionales (Anolli L, 2012; Cruzado JA, 2013).

    La acción comunicativa en el ámbito clínico reporta más beneficios, por ejemplo, está asociada a un diagnóstico más preciso, a un mejor control de síntomas, a una mayor adherencia al tratamiento y satisfacción con el cuidado. Además, genera expectativas positivas y más confianza en el profesional, menor ansiedad, mejor calidad de vida y, para el profesional sanitario, mayor eficiencia en la gestión del tiempo y se reduce el riesgo de síndrome de “burnout” (Hong YA, 2020).

    En cuanto a la comunicación perjudicial, o con efecto iatrogénico, los pacientes y los cuidadores indican que la falta de provisión de información adaptada (por ejemplo, dar excesiva información, poca o demasiado específica), la falta de toma de decisiones adaptada (desde la exclusión del paciente, hasta la responsabilidad del paciente, y/o rapidez en el proceso deliberativo), la sensación de no ser reconocido como persona (no sentirse escuchada en sus preocupaciones, ser visto como una enfermedad) y la irregularidad en la continuidad asistencial, o no ver respetados los acuerdos, etc., son los principales daños que pueden surgir (Westendorp J, 2023).

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