Fisterra

    Síndrome de fibromialgia

    ¿De qué hablamos?


    El síndrome de fibromialgia (SFM) es la causa más común de dolor crónico y se caracteriza por dolor generalizado, centralizado y multifocal, acompañado de otros síntomas como fatiga, insomnio y sueño no reparador, alteraciones cognitivas y del estado de ánimo, y comorbilidad prácticamente en todos los órganos y sistemas. La prevalencia es similar en diferentes países, culturas y grupos étnicos, sin evidencia de ser mayor en países y culturas industrializadas. En España se estima una razón de 21 mujeres por un hombre, con una prevalencia en las mujeres del 4,2%. Es más frecuente en mujeres de 30 a 50 años, pero también puede afectar a niños, adolescentes y ancianos (Goldenberg DL, 2020; Bair MJ, 2020; Cabo-Meseguer A, 2017).

    Numerosas investigaciones demuestran costes elevados asociados al SFM (similares a la artritis reumatoide) con deterioro de la calidad de vida de los pacientes e impacto intelectual, emocional, familiar, social y sanitario. Sin embargo, continúa habiendo barreras que dificultan o retrasan el diagnóstico (latencia media superior a los 6 años) y el abordaje adecuado. A pesar de las creencias erróneas que apuntan a un comportamiento más enfermo al etiquetar a una persona de SFM, con el diagnóstico precoz se reduce la utilización de recursos (disminución de las remisiones a otros especialistas, pruebas complementarias y número de consultas) y el sufrimiento de los pacientes.

    La gravedad de los síntomas determina la capacidad para trabajar y está condicionada por los factores estresantes, por la comorbilidad física y psicológica y por la falta de soporte familiar y social. Las demandas físicas y psicológicas de un empleo influencian un eventual retorno al trabajo; la situación vital, la actitud del paciente y la habilidad de influir en los parámetros del trabajo son factores contribuyentes. Es recomendable motivar a los pacientes a permanecer en la población activa ya que mejora las relaciones personales y el pronóstico. Los pacientes con SFM de larga evolución deben ser alentados a participar en programas de rehabilitación que pongan el foco en mejorar su función (Folch B, 2020; Uclés-Juárez R, 2020; Häuser W, 2018; Cabo-Meseguer A, 2017; Arqués S, 2014).

    La etiopatogenia no está claramente definida, pero se considera multifactorial y combina factores genéticos y epigenéticos que condicionan una alteración persistente en la regulación del dolor y una hiperexcitabilidad nociceptiva central. El conocimiento de los mecanismos fisiopatológicos legitima el SFM como una enfermedad física, permite un mejor abordaje, invalida el escepticismo y la creencia de que es un síndrome subjetivo (Goldenberg DL, 2020; Minerbi A, 2019; Andrade A, 2018; Yunus MB, 2015; Nogué S, 2011):

    • Mediante técnicas de imagen de alta resolución se ha demostrado esta amplificación del dolor en el sistema nervioso central y también se han evidenciado anormalidades en el procesamiento del dolor a nivel periférico en el sistema simpático y en el sistema estrés-respuesta (eje hipotálamo-hipófisis-adrenal).
    • En los últimos años, se ha ido recopilando cada vez mayor evidencia de la interacción entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso central, y su papel en la fisiopatología de variedad de enfermedades, en especial en la aparición del dolor crónico que podrían aportar líneas diagnóstico-terapéuticas futuras.

    El riesgo de padecer SFM parece estar modulado por múltiples factores; entre los que destacan el ser mujer, la agregación familiar y el estrés emocional (Folch B, 2020; Arnold LM, 2019; Minerbi A, 2019):

    • La genética podría explicar el 50% del riesgo de desarrollo del SFM. Aunque no se ha identificado ningún gen específico, hay evidencias crecientes de la existencia de un efecto poligénico, con polimorfismo de genes que afectan a los sistemas serotoninérgico, catecolaminérgico y dopaminérgico. Los familiares de primer grado de pacientes con SFM tienen ocho veces más probabilidades de estar afectados que los controles, y también tienen tasas más altas de otros cuadros de dolor crónico.
    • Entre los factores ambientales relacionados, como desencadenantes del SFM, están aquellos que implican dolor agudo, ciertas infecciones (ej. virus Epstein-Barr, enfermedad de Lyme, fiebre Q, hepatitis víricas), traumatismos y estresores psicosociales. Las adversidades vitales infantiles se han asociado a dolor crónico generalizado en la edad adulta; especialmente antecedentes de abuso sexual, físico o psicológico.
    • Entre los factores modificables destacan la alteración del sueño, la obesidad, la inactividad física y la insatisfacción laboral y vital.

    ¿Cómo se diagnostica?

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    ¿Qué diagnóstico diferencial?

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    ¿Cómo se trata?

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    ¿Qué pronóstico?

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    Bibliografía

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    Más en la red

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    Autores

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    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

    Síndrome de fibromialgia

    Fecha de revisión: 06/01/2021
    • Guía
    Índice de contenidos

    ¿De qué hablamos?


    El síndrome de fibromialgia (SFM) es la causa más común de dolor crónico y se caracteriza por dolor generalizado, centralizado y multifocal, acompañado de otros síntomas como fatiga, insomnio y sueño no reparador, alteraciones cognitivas y del estado de ánimo, y comorbilidad prácticamente en todos los órganos y sistemas. La prevalencia es similar en diferentes países, culturas y grupos étnicos, sin evidencia de ser mayor en países y culturas industrializadas. En España se estima una razón de 21 mujeres por un hombre, con una prevalencia en las mujeres del 4,2%. Es más frecuente en mujeres de 30 a 50 años, pero también puede afectar a niños, adolescentes y ancianos (Goldenberg DL, 2020; Bair MJ, 2020; Cabo-Meseguer A, 2017).

    Numerosas investigaciones demuestran costes elevados asociados al SFM (similares a la artritis reumatoide) con deterioro de la calidad de vida de los pacientes e impacto intelectual, emocional, familiar, social y sanitario. Sin embargo, continúa habiendo barreras que dificultan o retrasan el diagnóstico (latencia media superior a los 6 años) y el abordaje adecuado. A pesar de las creencias erróneas que apuntan a un comportamiento más enfermo al etiquetar a una persona de SFM, con el diagnóstico precoz se reduce la utilización de recursos (disminución de las remisiones a otros especialistas, pruebas complementarias y número de consultas) y el sufrimiento de los pacientes.

    La gravedad de los síntomas determina la capacidad para trabajar y está condicionada por los factores estresantes, por la comorbilidad física y psicológica y por la falta de soporte familiar y social. Las demandas físicas y psicológicas de un empleo influencian un eventual retorno al trabajo; la situación vital, la actitud del paciente y la habilidad de influir en los parámetros del trabajo son factores contribuyentes. Es recomendable motivar a los pacientes a permanecer en la población activa ya que mejora las relaciones personales y el pronóstico. Los pacientes con SFM de larga evolución deben ser alentados a participar en programas de rehabilitación que pongan el foco en mejorar su función (Folch B, 2020; Uclés-Juárez R, 2020; Häuser W, 2018; Cabo-Meseguer A, 2017; Arqués S, 2014).

    La etiopatogenia no está claramente definida, pero se considera multifactorial y combina factores genéticos y epigenéticos que condicionan una alteración persistente en la regulación del dolor y una hiperexcitabilidad nociceptiva central. El conocimiento de los mecanismos fisiopatológicos legitima el SFM como una enfermedad física, permite un mejor abordaje, invalida el escepticismo y la creencia de que es un síndrome subjetivo (Goldenberg DL, 2020; Minerbi A, 2019; Andrade A, 2018; Yunus MB, 2015; Nogué S, 2011):

    • Mediante técnicas de imagen de alta resolución se ha demostrado esta amplificación del dolor en el sistema nervioso central y también se han evidenciado anormalidades en el procesamiento del dolor a nivel periférico en el sistema simpático y en el sistema estrés-respuesta (eje hipotálamo-hipófisis-adrenal).
    • En los últimos años, se ha ido recopilando cada vez mayor evidencia de la interacción entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso central, y su papel en la fisiopatología de variedad de enfermedades, en especial en la aparición del dolor crónico que podrían aportar líneas diagnóstico-terapéuticas futuras.

    El riesgo de padecer SFM parece estar modulado por múltiples factores; entre los que destacan el ser mujer, la agregación familiar y el estrés emocional (Folch B, 2020; Arnold LM, 2019; Minerbi A, 2019):

    • La genética podría explicar el 50% del riesgo de desarrollo del SFM. Aunque no se ha identificado ningún gen específico, hay evidencias crecientes de la existencia de un efecto poligénico, con polimorfismo de genes que afectan a los sistemas serotoninérgico, catecolaminérgico y dopaminérgico. Los familiares de primer grado de pacientes con SFM tienen ocho veces más probabilidades de estar afectados que los controles, y también tienen tasas más altas de otros cuadros de dolor crónico.
    • Entre los factores ambientales relacionados, como desencadenantes del SFM, están aquellos que implican dolor agudo, ciertas infecciones (ej. virus Epstein-Barr, enfermedad de Lyme, fiebre Q, hepatitis víricas), traumatismos y estresores psicosociales. Las adversidades vitales infantiles se han asociado a dolor crónico generalizado en la edad adulta; especialmente antecedentes de abuso sexual, físico o psicológico.
    • Entre los factores modificables destacan la alteración del sueño, la obesidad, la inactividad física y la insatisfacción laboral y vital.

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    El síndrome de fibromialgia (SFM) es la causa más común de dolor crónico y se caracteriza por dolor generalizado, centralizado y multifocal, acompañado de otros síntomas como fatiga, insomnio y sueño no reparador, alteraciones cognitivas y del estado de ánimo, y comorbilidad prácticamente en todos los órganos y sistemas. La prevalencia es similar en diferentes países, culturas y grupos étnicos, sin evidencia de ser mayor en países y culturas industrializadas. En España se estima una razón de 21 mujeres por un hombre, con una prevalencia en las mujeres del 4,2%. Es más frecuente en mujeres de 30 a 50 años, pero también puede afectar a niños, adolescentes y ancianos (Goldenberg DL, 2020; Bair MJ, 2020; Cabo-Meseguer A, 2017).

    Numerosas investigaciones demuestran costes elevados asociados al SFM (similares a la artritis reumatoide) con deterioro de la calidad de vida de los pacientes e impacto intelectual, emocional, familiar, social y sanitario. Sin embargo, continúa habiendo barreras que dificultan o retrasan el diagnóstico (latencia media superior a los 6 años) y el abordaje adecuado. A pesar de las creencias erróneas que apuntan a un comportamiento más enfermo al etiquetar a una persona de SFM, con el diagnóstico precoz se reduce la utilización de recursos (disminución de las remisiones a otros especialistas, pruebas complementarias y número de consultas) y el sufrimiento de los pacientes.

    La gravedad de los síntomas determina la capacidad para trabajar y está condicionada por los factores estresantes, por la comorbilidad física y psicológica y por la falta de soporte familiar y social. Las demandas físicas y psicológicas de un empleo influencian un eventual retorno al trabajo; la situación vital, la actitud del paciente y la habilidad de influir en los parámetros del trabajo son factores contribuyentes. Es recomendable motivar a los pacientes a permanecer en la población activa ya que mejora las relaciones personales y el pronóstico. Los pacientes con SFM de larga evolución deben ser alentados a participar en programas de rehabilitación que pongan el foco en mejorar su función (Folch B, 2020; Uclés-Juárez R, 2020; Häuser W, 2018; Cabo-Meseguer A, 2017; Arqués S, 2014).

    La etiopatogenia no está claramente definida, pero se considera multifactorial y combina factores genéticos y epigenéticos que condicionan una alteración persistente en la regulación del dolor y una hiperexcitabilidad nociceptiva central. El conocimiento de los mecanismos fisiopatológicos legitima el SFM como una enfermedad física, permite un mejor abordaje, invalida el escepticismo y la creencia de que es un síndrome subjetivo (Goldenberg DL, 2020; Minerbi A, 2019; Andrade A, 2018; Yunus MB, 2015; Nogué S, 2011):

    • Mediante técnicas de imagen de alta resolución se ha demostrado esta amplificación del dolor en el sistema nervioso central y también se han evidenciado anormalidades en el procesamiento del dolor a nivel periférico en el sistema simpático y en el sistema estrés-respuesta (eje hipotálamo-hipófisis-adrenal).
    • En los últimos años, se ha ido recopilando cada vez mayor evidencia de la interacción entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso central, y su papel en la fisiopatología de variedad de enfermedades, en especial en la aparición del dolor crónico que podrían aportar líneas diagnóstico-terapéuticas futuras.

    El riesgo de padecer SFM parece estar modulado por múltiples factores; entre los que destacan el ser mujer, la agregación familiar y el estrés emocional (Folch B, 2020; Arnold LM, 2019; Minerbi A, 2019):

    • La genética podría explicar el 50% del riesgo de desarrollo del SFM. Aunque no se ha identificado ningún gen específico, hay evidencias crecientes de la existencia de un efecto poligénico, con polimorfismo de genes que afectan a los sistemas serotoninérgico, catecolaminérgico y dopaminérgico. Los familiares de primer grado de pacientes con SFM tienen ocho veces más probabilidades de estar afectados que los controles, y también tienen tasas más altas de otros cuadros de dolor crónico.
    • Entre los factores ambientales relacionados, como desencadenantes del SFM, están aquellos que implican dolor agudo, ciertas infecciones (ej. virus Epstein-Barr, enfermedad de Lyme, fiebre Q, hepatitis víricas), traumatismos y estresores psicosociales. Las adversidades vitales infantiles se han asociado a dolor crónico generalizado en la edad adulta; especialmente antecedentes de abuso sexual, físico o psicológico.
    • Entre los factores modificables destacan la alteración del sueño, la obesidad, la inactividad física y la insatisfacción laboral y vital.

    ¿Cómo se diagnostica?

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