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    Trastornos adaptativos

    ¿De qué hablamos?


    Los trastornos adaptativos (TA) son reacciones afectivas excesivas o desproporcionadas en respuesta a uno o varios eventos estresantes en la vida de una persona. A diferencia de las reacciones afectivas normales (p. ej., duelo no patológico, angustia ante la posibilidad de un despido laboral, tristeza por una ruptura sentimental), los TA deterioran el funcionamiento sociolaboral de la persona y provocan síntomas clínicamente significativos de angustia emocional en respuesta directa al estresor. Es importante destacar que la angustia debe exceder lo que estaría justificado por el estresor dadas las normas sociales y culturales. Los síntomas deben comenzar dentro de los 3 meses posteriores al inicio del evento estresante y disminuir en los 6 meses posteriores a su resolución (APA, 2013; Morgan MA, 2022).

    Además de ser trastornos muy comunes, los TA son relevantes por su importante comorbilidad, ya que se han encontrado en asociación con autolesiones, suicidio, discapacidad laboral y baja calidad de vida. También se han descrito como puerta de entrada para otros trastornos psiquiátricos, como depresión, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y trastorno de ansiedad generalizada (TAG) (O’Donell ML, 2018).

    Los TA comparten características clínicas con el TEPT, la depresión y la ansiedad. Se cree que se ubican en un continuo de respuesta al estrés, aunque en el TA el rango de posibles eventos precipitantes es mucho más amplio que en el TEPT e incluye eventos vitales negativos más comunes (p. ej., enfermedades graves, conflictos interpersonales o laborales) (Kelber MS, 2022).

    La fisiopatología de los TA no está clara, pero se considera que están causados por una alteración en el proceso de adaptación a una situación estresante. Se estima que menos de uno de cada 15 individuos desarrollará TA en respuesta a cualquier evento estresante y que las diferencias individuales juegan un papel importante en la respuesta al estrés (Kelber MS, 2022). Hasta el momento hay poca investigación sobre los mecanismos que subyacen a estos trastornos y cómo difieren de otros trastornos relacionados con el estrés o con las respuestas normales a este.

    Se teoriza que los subtipos de TA (reconocidos en el DSM-5) probablemente estén asociados a alteraciones en los mecanismos del eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal, que también son evidentes en los trastornos depresivos y en la ansiedad (Kelber MS, 2022). También se ha sugerido que el estrés agudo y crónico se diferencian psicológica y fisiológicamente, y que el significado del estrés está influenciado por modificadores ecológicos (como por ejemplo sistemas de soporte o resiliencia) (Benton TD, 2009).

    En cuanto a la epidemiología de los TA, los estudios en la población general son escasos. La prevalencia de TA varía ampliamente en función del contexto y la forma de establecer el diagnóstico. Según un estudio reciente (Zapata-Ospina JP, 2021), la incidencia se sitúa entre el 1-3% en los adultos que consultan en atención primaria. Además, el TA representaría el 12% de los diagnósticos en la consulta psiquiátrica y hasta el 18,5% de los motivos de interconsulta a psiquiatría en el hospital, donde las enfermedades médicas crónicas y graves pueden actuar como desencadenantes de estrés y donde el curso del TA puede estar íntimamente entrelazado con el del trastorno médico.

    La prevalencia aumenta en poblaciones específicas. En mayores de 65 años podría llegar a un 4,5%, donde la presencia de una enfermedad médica tiene un efecto estresor que puede explicar hasta el 29% de los casos. Las mujeres se ven afectadas con el doble de frecuencia que los hombres, y en el caso de mujeres embarazadas la prevalencia puede ser del 5%, viéndose incrementada en los casos que hayan presentado un aborto espontáneo (Zapata-Ospina JP, 2021).

    A pesar de que los TA suelen tener un curso benigno (la recuperación espontánea se sitúa en el 70% de los casos), los pacientes con este trastorno también tienen mayor morbimortalidad asociada al riesgo de intentos de suicidio y presentarían los mismos factores de riesgo para estas conductas que los que tienen otros trastornos psiquiátricos. De hecho, el TA es el diagnóstico más frecuente en los intentos autolíticos atendidos en los servicios de urgencias (31,8%) y hasta un 2% de la población con TA se suicida en los 5 años posteriores al evento (Zapata-Ospina JP, 2021; Morgan MA, 2022).

    Los pacientes con TA que realizan intentos de suicidio tienen más probabilidad de haber tenido problemas de deprivación en la infancia, orfandad e inestabilidad parental. Asimismo, son más probables los intentos bajo la influencia del alcohol y sin planificación previa, siendo el intervalo entre el inicio del trastorno y el intento autolítico menor que en pacientes con depresión mayor. En general, se trata de un grupo con mayor vulnerabilidad y tendencia a la impulsividad que el de los pacientes con depresión mayor, y la presentación concomitante con trastorno de la personalidad incrementa el riesgo autolítico (Casey P, 2009).

    Cabe señalar que la pandemia por COVID-19 estuvo asociada a diferentes formas de estrés, aunque, en general, la mayoría se podrían clasificar como reacciones normales ante un factor estresante. En un estudio poblacional, el 49% de los participantes informó de un aumento de síntomas de TA. Sin embargo, tras excluir otra sintomatología concomitante, solo el 14% cumplían criterios para su diagnóstico (Dragan M, 2021).

    ¿Cómo se clasifican?

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    ¿Cómo se diagnostican?

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    ¿Cuál es el diagnóstico diferencial?

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    ¿Cómo se trata?

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    Bibliografía

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    Más en la red

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    Autores

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    Conflicto de intereses
    Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.

    Trastornos adaptativos

    Fecha de revisión: 20/11/2023
    • Guía
    Índice de contenidos

    ¿De qué hablamos?


    Los trastornos adaptativos (TA) son reacciones afectivas excesivas o desproporcionadas en respuesta a uno o varios eventos estresantes en la vida de una persona. A diferencia de las reacciones afectivas normales (p. ej., duelo no patológico, angustia ante la posibilidad de un despido laboral, tristeza por una ruptura sentimental), los TA deterioran el funcionamiento sociolaboral de la persona y provocan síntomas clínicamente significativos de angustia emocional en respuesta directa al estresor. Es importante destacar que la angustia debe exceder lo que estaría justificado por el estresor dadas las normas sociales y culturales. Los síntomas deben comenzar dentro de los 3 meses posteriores al inicio del evento estresante y disminuir en los 6 meses posteriores a su resolución (APA, 2013; Morgan MA, 2022).

    Además de ser trastornos muy comunes, los TA son relevantes por su importante comorbilidad, ya que se han encontrado en asociación con autolesiones, suicidio, discapacidad laboral y baja calidad de vida. También se han descrito como puerta de entrada para otros trastornos psiquiátricos, como depresión, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y trastorno de ansiedad generalizada (TAG) (O’Donell ML, 2018).

    Los TA comparten características clínicas con el TEPT, la depresión y la ansiedad. Se cree que se ubican en un continuo de respuesta al estrés, aunque en el TA el rango de posibles eventos precipitantes es mucho más amplio que en el TEPT e incluye eventos vitales negativos más comunes (p. ej., enfermedades graves, conflictos interpersonales o laborales) (Kelber MS, 2022).

    La fisiopatología de los TA no está clara, pero se considera que están causados por una alteración en el proceso de adaptación a una situación estresante. Se estima que menos de uno de cada 15 individuos desarrollará TA en respuesta a cualquier evento estresante y que las diferencias individuales juegan un papel importante en la respuesta al estrés (Kelber MS, 2022). Hasta el momento hay poca investigación sobre los mecanismos que subyacen a estos trastornos y cómo difieren de otros trastornos relacionados con el estrés o con las respuestas normales a este.

    Se teoriza que los subtipos de TA (reconocidos en el DSM-5) probablemente estén asociados a alteraciones en los mecanismos del eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal, que también son evidentes en los trastornos depresivos y en la ansiedad (Kelber MS, 2022). También se ha sugerido que el estrés agudo y crónico se diferencian psicológica y fisiológicamente, y que el significado del estrés está influenciado por modificadores ecológicos (como por ejemplo sistemas de soporte o resiliencia) (Benton TD, 2009).

    En cuanto a la epidemiología de los TA, los estudios en la población general son escasos. La prevalencia de TA varía ampliamente en función del contexto y la forma de establecer el diagnóstico. Según un estudio reciente (Zapata-Ospina JP, 2021), la incidencia se sitúa entre el 1-3% en los adultos que consultan en atención primaria. Además, el TA representaría el 12% de los diagnósticos en la consulta psiquiátrica y hasta el 18,5% de los motivos de interconsulta a psiquiatría en el hospital, donde las enfermedades médicas crónicas y graves pueden actuar como desencadenantes de estrés y donde el curso del TA puede estar íntimamente entrelazado con el del trastorno médico.

    La prevalencia aumenta en poblaciones específicas. En mayores de 65 años podría llegar a un 4,5%, donde la presencia de una enfermedad médica tiene un efecto estresor que puede explicar hasta el 29% de los casos. Las mujeres se ven afectadas con el doble de frecuencia que los hombres, y en el caso de mujeres embarazadas la prevalencia puede ser del 5%, viéndose incrementada en los casos que hayan presentado un aborto espontáneo (Zapata-Ospina JP, 2021).

    A pesar de que los TA suelen tener un curso benigno (la recuperación espontánea se sitúa en el 70% de los casos), los pacientes con este trastorno también tienen mayor morbimortalidad asociada al riesgo de intentos de suicidio y presentarían los mismos factores de riesgo para estas conductas que los que tienen otros trastornos psiquiátricos. De hecho, el TA es el diagnóstico más frecuente en los intentos autolíticos atendidos en los servicios de urgencias (31,8%) y hasta un 2% de la población con TA se suicida en los 5 años posteriores al evento (Zapata-Ospina JP, 2021; Morgan MA, 2022).

    Los pacientes con TA que realizan intentos de suicidio tienen más probabilidad de haber tenido problemas de deprivación en la infancia, orfandad e inestabilidad parental. Asimismo, son más probables los intentos bajo la influencia del alcohol y sin planificación previa, siendo el intervalo entre el inicio del trastorno y el intento autolítico menor que en pacientes con depresión mayor. En general, se trata de un grupo con mayor vulnerabilidad y tendencia a la impulsividad que el de los pacientes con depresión mayor, y la presentación concomitante con trastorno de la personalidad incrementa el riesgo autolítico (Casey P, 2009).

    Cabe señalar que la pandemia por COVID-19 estuvo asociada a diferentes formas de estrés, aunque, en general, la mayoría se podrían clasificar como reacciones normales ante un factor estresante. En un estudio poblacional, el 49% de los participantes informó de un aumento de síntomas de TA. Sin embargo, tras excluir otra sintomatología concomitante, solo el 14% cumplían criterios para su diagnóstico (Dragan M, 2021).

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    ¿De qué hablamos?


    Los trastornos adaptativos (TA) son reacciones afectivas excesivas o desproporcionadas en respuesta a uno o varios eventos estresantes en la vida de una persona. A diferencia de las reacciones afectivas normales (p. ej., duelo no patológico, angustia ante la posibilidad de un despido laboral, tristeza por una ruptura sentimental), los TA deterioran el funcionamiento sociolaboral de la persona y provocan síntomas clínicamente significativos de angustia emocional en respuesta directa al estresor. Es importante destacar que la angustia debe exceder lo que estaría justificado por el estresor dadas las normas sociales y culturales. Los síntomas deben comenzar dentro de los 3 meses posteriores al inicio del evento estresante y disminuir en los 6 meses posteriores a su resolución (APA, 2013; Morgan MA, 2022).

    Además de ser trastornos muy comunes, los TA son relevantes por su importante comorbilidad, ya que se han encontrado en asociación con autolesiones, suicidio, discapacidad laboral y baja calidad de vida. También se han descrito como puerta de entrada para otros trastornos psiquiátricos, como depresión, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y trastorno de ansiedad generalizada (TAG) (O’Donell ML, 2018).

    Los TA comparten características clínicas con el TEPT, la depresión y la ansiedad. Se cree que se ubican en un continuo de respuesta al estrés, aunque en el TA el rango de posibles eventos precipitantes es mucho más amplio que en el TEPT e incluye eventos vitales negativos más comunes (p. ej., enfermedades graves, conflictos interpersonales o laborales) (Kelber MS, 2022).

    La fisiopatología de los TA no está clara, pero se considera que están causados por una alteración en el proceso de adaptación a una situación estresante. Se estima que menos de uno de cada 15 individuos desarrollará TA en respuesta a cualquier evento estresante y que las diferencias individuales juegan un papel importante en la respuesta al estrés (Kelber MS, 2022). Hasta el momento hay poca investigación sobre los mecanismos que subyacen a estos trastornos y cómo difieren de otros trastornos relacionados con el estrés o con las respuestas normales a este.

    Se teoriza que los subtipos de TA (reconocidos en el DSM-5) probablemente estén asociados a alteraciones en los mecanismos del eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal, que también son evidentes en los trastornos depresivos y en la ansiedad (Kelber MS, 2022). También se ha sugerido que el estrés agudo y crónico se diferencian psicológica y fisiológicamente, y que el significado del estrés está influenciado por modificadores ecológicos (como por ejemplo sistemas de soporte o resiliencia) (Benton TD, 2009).

    En cuanto a la epidemiología de los TA, los estudios en la población general son escasos. La prevalencia de TA varía ampliamente en función del contexto y la forma de establecer el diagnóstico. Según un estudio reciente (Zapata-Ospina JP, 2021), la incidencia se sitúa entre el 1-3% en los adultos que consultan en atención primaria. Además, el TA representaría el 12% de los diagnósticos en la consulta psiquiátrica y hasta el 18,5% de los motivos de interconsulta a psiquiatría en el hospital, donde las enfermedades médicas crónicas y graves pueden actuar como desencadenantes de estrés y donde el curso del TA puede estar íntimamente entrelazado con el del trastorno médico.

    La prevalencia aumenta en poblaciones específicas. En mayores de 65 años podría llegar a un 4,5%, donde la presencia de una enfermedad médica tiene un efecto estresor que puede explicar hasta el 29% de los casos. Las mujeres se ven afectadas con el doble de frecuencia que los hombres, y en el caso de mujeres embarazadas la prevalencia puede ser del 5%, viéndose incrementada en los casos que hayan presentado un aborto espontáneo (Zapata-Ospina JP, 2021).

    A pesar de que los TA suelen tener un curso benigno (la recuperación espontánea se sitúa en el 70% de los casos), los pacientes con este trastorno también tienen mayor morbimortalidad asociada al riesgo de intentos de suicidio y presentarían los mismos factores de riesgo para estas conductas que los que tienen otros trastornos psiquiátricos. De hecho, el TA es el diagnóstico más frecuente en los intentos autolíticos atendidos en los servicios de urgencias (31,8%) y hasta un 2% de la población con TA se suicida en los 5 años posteriores al evento (Zapata-Ospina JP, 2021; Morgan MA, 2022).

    Los pacientes con TA que realizan intentos de suicidio tienen más probabilidad de haber tenido problemas de deprivación en la infancia, orfandad e inestabilidad parental. Asimismo, son más probables los intentos bajo la influencia del alcohol y sin planificación previa, siendo el intervalo entre el inicio del trastorno y el intento autolítico menor que en pacientes con depresión mayor. En general, se trata de un grupo con mayor vulnerabilidad y tendencia a la impulsividad que el de los pacientes con depresión mayor, y la presentación concomitante con trastorno de la personalidad incrementa el riesgo autolítico (Casey P, 2009).

    Cabe señalar que la pandemia por COVID-19 estuvo asociada a diferentes formas de estrés, aunque, en general, la mayoría se podrían clasificar como reacciones normales ante un factor estresante. En un estudio poblacional, el 49% de los participantes informó de un aumento de síntomas de TA. Sin embargo, tras excluir otra sintomatología concomitante, solo el 14% cumplían criterios para su diagnóstico (Dragan M, 2021).

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    © Descargado el 29/03/2024 6:34:39 Para uso personal exclusivamente. No se permiten otros usos sin autorización. Copyright © . Elsevier Inc. Todos los derechos reservados.

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