La hipoacusia es una de las pérdidas sensoriales más frecuentes y afecta alrededor del 10% de la población adulta (Isaacson B, 2010). En edades comprendidas entre los 65 y 84 años la prevalencia es del 43% de la población debido a que la presbiacusia es la causa más frecuente (Rosenhall U, 2013). La pérdida de la audición se suele acompañar de restricciones en la actividad cotidiana, de forma que afecta a las habilidades de comunicación, con importantes repercusiones físicas, psicológicas y económicas. Los pacientes adultos de edad avanzada con hipoacusia tienen un mayor riesgo de caídas al suelo (Jiam NT, 2016).
La hipoacusia se considera una discapacidad sensorial que debe de ser baremada y para su cálculo se emplean diferentes criterios (Santos Hernández V, 2006). Según su localización en la vía auditiva, la hipoacusia se clasifica en (Isaacson B, 2010):
Neurosensorial o de percepción (por alteraciones que pueden afectar a la cóclea, nervio auditivo o a las vías neuronales del sistema nervioso central).
Conducción o de transmisión (dificultad para la transmisión normal del sonido a nivel del conducto auditivo externo [CAE], membrana timpánica u oído medio).
Mixta (combinación de las dos anteriores).
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