La enfermedad renal crónica (ERC) en el adulto es considerada como un problema mundial de salud pública (National Kidney Foundation, 2002) que se encuentra con una prevalencia del 9,24% en la población española, siendo el porcentaje de pacientes con una tasa de filtrado glomerular estimado inferior a 60 ml/min/1,73 m2 del 6,83% sobre la población general (Otero González A, 2010). La prevalencia de ERC aumenta con el envejecimiento de la población a 21,4% en mayores de 64 años y con el incremento de los factores de riesgo, como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial, la dislipemia o la obesidad. A medida que se ha generalizado el cálculo del filtrado glomerular ha aumentado de forma evidente la prevalencia de pacientes con función renal deteriorada. La detección precoz de la insuficiencia renal mejora la morbilidad a largo plazo y disminuye los costes de estos pacientes (Alcázar R, 2008; Martínez-Castelao A, 2014). Se estima que la terapia renal sustitutiva consume alrededor del 2,5% del presupuesto del Sistema Nacional de Salud (De Francisco ALM, 2011).
La nefropatía puede tener diferentes manifestaciones clínicas, como hematuria, edemas o hipertensión arterial. Sin embargo, hasta fases muy avanzadas de deterioro renal no se alteran las funciones endocrina, eritropoyética y homeostática del riñón y no comienza a aparecer la sintomatología urémica. Muchos pacientes se encuentran asintomáticos y se descubre la alteración de la función renal o del urinoanálisis en una revisión rutinaria.
La ERC se define como el descenso de la función renal expresada por una tasa de filtrado glomerular estimado (TFGe) menor a 60 ml/min/1,73 m2 y/o como la presencia de alteraciones en la estructura renal persistentes al menos 3 meses, con implicaciones para la salud. Es necesaria la persistencia del daño para diferenciar de enfermedad renal aguda. Los criterios definidos por las guías KDOQI (Kidney Disease Quality Initiative) (National Kidney Foundation, 2002) se mantienen en las siguientes guías, NICE (NICE, 2014) y canadienses (Levin A, 2008), U.S. Preventive Services (Moyer VA, 2012) y KDIGO 2012 (KDIGO, 2013) y los comentarios de estas últimas en las KDOQI (Inker L, 2014) y canadiense (Akbari A, 2015), añadiendo un criterio más, la historia de trasplante renal (tabla 1).
Tabla 1. Criterios para la definición de ERC.
1. Disminución de función renal: filtrado glomerular <60 ml/min/1,73 m2.
2. Marcadores de daño renal:
Excreción urinaria de albúmina ≥30 mg/24 horas o ratio albúmina/creatinina en orina ≥30 mg/g.
Alteraciones en el sedimento urinario (hematuria macroscópica o microscópica, cilindruria).
Alteración electrolítica debida a trastorno tubular.
Anomalía estructural detectada en test de imagen: ecografía renal, etc.
Anomalías patológicas detectadas en histología: biopsia renal.
Trasplante renal.
Cualquiera de los criterios presente igual o más de 3 meses.
Es necesario el estudio de la función renal mediante métodos sencillos como son la realización de analíticas de bajo coste económico, ecuaciones que estiman el filtrado glomerular o la recogida de orina de 24 horas para el diagnóstico y clasificación de la ERC y su monitorización. La definición de la situación funcional renal nos ayudará a la elección del tratamiento más adecuado y a ajustar la dosis de los medicamentos administrados para enlentecer la progresión de la insuficiencia renal y reducir sus complicaciones.
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