La rosácea es una enfermedad inflamatoria crónica y recurrente que afecta a piel de zonas centrofaciales, y ojos.
Es una enfermedad dermatológica frecuente. Su prevalencia varía en los diversos estudios entre 0,2% y 22% (Barona MI, 2015). Un metaanálisis reciente estima la prevalencia global de la rosácea en un 5,46% de la población adulta, siendo más frecuente entre los 45 y 60 años (Gether L, 2018). La rosácea infantil es rara (Kaminsky A, 2016). Es más frecuente en personas de piel clara, y salvo el subtipo fimatoso, afecta más a mujeres.
Aunque en general es una enfermedad benigna, la alteración estética puede afectar de forma importante la calidad de vida del paciente. El impacto psicosocial que produce puede causar sentimientos de vergüenza, baja autoestima, estigmatización y aparición de ansiedad, depresión y fobia social (Oussedik E, 2018; Heisig M, 2018).
La etiopatogenia de la enfermedad no se conoce totalmente, pero en ella están implicados factores genéticos, inmunológicos, infecciosos, alteraciones de la regulación neurovascular en la piel, y los efectos de la luz ultravioleta.
La existencia de historia familiar de rosácea en un tercio de pacientes, la alta prevalencia de la misma en personas descendientes de celtas y europeos del norte, y su frecuente asociación con enfermedades autoinmunes (comparten loci de riesgo genético) apoyan la existencia de una predisposición genética (Awosika O, 2018).
Se han demostrado alteraciones en la regulación de la respuesta inmune y de la respuesta neurovascular que favorecen la inflamación y la angiogénesis, apareciendo así eritema, edema, dilatación vascular, telangiectasias y flushing (Ahn CS, 2018; Barona MI, 2015).
Entre los agentes patógenos implicados destacan Staphylococcus epidermidis, Bacillus oleronius y el ácaro Demodex folliculorum. El papel de Helicobacter pylori (HP) y otras bacterias intestinales es controvertido (Two AM, 2015; Ahn CS, 2018).
Por último la radiación UV aumenta la producción de especies reactivas de oxígeno en la piel, lo cual produce un aumento de mediadores inflamatorios (Ahn CS, 2018).
Se han identificado múltiples factores que pueden desencadenar brotes de lesiones o causar un empeoramiento de las mismas (tabla 1).
Tabla 1. Factores precipitantes o agravantes de la rosácea. (Barco D, 2008; Dahl MV, 2018)
Alimentos
Comidas picantes.
Bebidas alcohólicas.
Especias y condimentos: mostaza, canela, salsa de soja, vainilla, vinagre.
Bebidas calientes.
Chocolate.
Frutas, verduras y legumbres: tomate, aguacate, berenjena, espinacas, cítricos, plátano, ciruela roja, higos, pasas, judía blanca, guisantes.
Hígado.
Yogures, quesos, crema agria.
Alimentos con alto contenido de histamina.
Cambios de temperatura
Calor o frío intensos.
Fenómenos atmosféricos
Exposición solar.
Vientos intensos.
Humedad ambiental excesiva.
Factores emocionales y psicológicos
Ansiedad, estrés, sentimientos de rabia, ira, vergüenza.
Tabaco (Alinia H, 2018)
Exposición al sol
Empeoramiento de síntomas en verano, rosácea más severa en trabajadores al aire libre.
Ejercicio físico
Fármacos
Ácido nicotínico, vasodilatadores, corticoides tópicos y sistémicos.
Productos cosméticos (maquillajes, cremas hidratantes, tónicos, limpiadores de la piel)
Evitar los que tengan hammamelis, fragancias, alcohol.
Evitar los que tengan irritantes como acetona, propilenglicol, laurilsulfato, benzalconio, alfa-hidroxiácidos, mentol, urea, PABA, alcohol bencílico, alcanfor, lanolina, cinamatos, formaldehído, ácido sórbico.
Trastornos médicos
Menopausia.
Síndrome de deprivación de cafeína.
Tos persistente.
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