El prurito es una sensación desagradable que lleva a la necesidad de rascarse. Es un síntoma subjetivo e inespecífico, con el que se manifiestan un gran número de enfermedades, tanto cutáneas como sistémicas y a menudo es percibido por el paciente como el síntoma más molesto. Aunque en nuestro medio existen pocos estudios sobre su incidencia y prevalencia, es un motivo de consulta frecuente en atención primaria y causa de gran deterioro en la calidad de vida, especialmente cuando es crónico.
En la neurofisiopatología intervienen estímulos térmicos, mecánicos, químicos o eléctricos que activan fibras nerviosas C no mielinizadas, situadas en la unión dermo-epidérmica. Los mediadores químicos son numerosos y la histamina no está siempre involucrada. Existe una vía específica por la que se transmite el prurito. En el cerebro existen áreas sensitivas, emocionales y motoras implicadas. El rascado es la respuesta motora al estímulo, anulando funcionalmente las terminaciones libres durante unos minutos (Brenaut E, 2015).
Existen diferentes clasificaciones atendiendo a la topografía o extensión, las causas, los mecanismos fisiopatológicos y su duración (Barcala del Caño FG, 2011; Brenaut E, 2015).
Según la topografía:
Generalizado, afecta a la mayor parte de la superficie cutánea.
Localizado, limitado únicamente a ciertas regiones corporales (anal, vulvar).
Según las causas:
Dermatológicas.
Sistémicas.
Neuropáticas.
Psicógenas.
Mixtas.
Idiopáticas.
Según el mecanismo fisiopatológico:
Pruriceptivo, se origina en la piel (inflamación, sequedad).
Neuropático, por alteración de la vía aferente de transmisión.
Neurogénico, origen central sin evidencias de neuropatía.
Psicógeno.
Según su duración:
Agudo, menos de 6 semanas.
Crónico, más de 6 semanas.
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