La disnea se define como una experiencia subjetiva de dificultad para respirar.
Se puede describir cualitativamente a lo largo de tres dimensiones: 1. El hambre de aire: la necesidad de respirar sin poder aumentar la ventilación; 2. El esfuerzo de respirar: cansancio físico asociado a la respiración; 3. La opresión en el pecho: sensación de constricción e incapacidad para inhalar y exhalar (Kloke M, 2015). Recientemente, el término "disnea total" ha sido propuesto para capturar la complejidad del síntoma (Abernethy AP, 2008).
La disnea es un síntoma multidimensional influenciado por múltiples factores fisiológicos, psicológicos y ambientales. Para el paciente y sus cuidadores es un síntoma agobiante, que llega a ser tanto o más difícil de sobrellevar que el dolor.
Su prevalencia en cuidados paliativos es elevada, siendo mayor en los últimos seis meses de vida de los pacientes. Puede alcanzar el 85% en los pacientes con insuficiencia cardiaca congestiva (ICC), más del 90% entre los pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva (EPOC) y 70% en los pacientes con cáncer (Solano JP, 2006; Currow DC, 2010; Campbell ML, 2018). Un estudio descubrió que la disnea es la queja principal de los pacientes que murieron de EPOC y que la "disnea grave" fue mucho más común (66%) que el "dolor grave" (25%). Además, los pacientes con EPOC tienen más probabilidades de morir con un peor control de disnea que los pacientes que tienen cáncer de pulmón (Mahler DA, 2010).
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